Puntadas con hilo

María José Guzmán

mjguzman@grupojoly.com

El retorcido sino de la Cartuja

Con la pandemia el futuro del estadio está en el aire, pero esto no puede ser otra excusa

Cuando parecía que por fin había un plan para el Estadio de la Cartuja, la pandemia truncó de nuevo el ya de por sí retorcido sino de un coliseo que nació abocado al fracaso. Sobre la mesa había, y sigue habiendo, un proyecto para reflotar esta instalación deportiva cinco estrellas abandonada en un extremo de la isla y que los sevillanos miran de reojo casi 22 años después.

El plan es la tabla de salvación aportada por Imbroda, el ex entrenador de baloncesto y hoy consejero de la Junta de Andalucía que estuvo a punto de fichar en 2001 para tomar las riendas del que todavía estaba bautizado como Estadio Olímpico. Todo pasa por un acuerdo con la Federación Española de Fútbol que garantiza cuatro finales consecutivas de la Copa del Rey en la Cartuja: las tres administraciones públicas que gestionan el estadio aportarán un canon de 1,5 millones de euros al año a cambio de que un porcentaje de los ingresos por taquilla de esas finales sean reinvertidos en la propia instalación, que necesita de una inversión importante para su puesta a punto y también para adaptarse al fútbol, vieja aspiración que daría sentido al estadio en la ciudad. O no: el objetivo realmente es recuperar la instalación para rentabilizarla y eso no excluye ponerla en venta, o en alquiler mediante concesión a largo plazo, pues a nadie se le escapa que sin negocio y con competidores es imposible seguir manteniendo este marrón olímpico.

La buena sintonía con la federación favorece que Sevilla sea sede de otras competiciones. La selección española femenina se enfrentará este viernes contra la República Checa en un partido clasificatorio para la Eurocopa y el 17 de noviembre será la masculina la que se mida con la alemana en la Liga de Naciones. Y aquí está ya el problema: un coliseo para 60.000 espectadores que acogerá sólo a 800 y 2.500, respectivamente, en estos dos partidos. Limitaciones de aforo impuestas por la pandemia y por un Gobierno que, al contrario que han hecho otros europeos, no quiere público en el deporte profesional.

Si la cosa no cambia, el impacto que Imbroda había barajado para las finales de la Copa del Rey, de 43 millones por encuentro, acabará hecho añicos, como el cántaro del cuento de la lechera. De nuevo, el futuro de la Cartuja se queda en el aire, pendiente, como las obras que se habían previsto. De momento, sólo se ha adecuado el recinto para los dos partidos fijados para este otoño, básicamente se ha pasado la fregona. Nada más en un estadio parcheado y gris.

La crisis ha sorprendido a todos y se ha convertido en una piedra más en la Cartuja porque paraliza de nuevo todos los planes. Pero no puede ser una excusa. El estadio tiene atractivo para multinacionales del ocio y se había movido en el mercado. Lo que nunca tuvo fue poder de seducción para los políticos que lo han usado a lo largo de las dos últimas décadas como arma arrojadiza. Ha faltado valentía en la gestión, quizás también transparencia. Y eso pasa factura. Nunca es tarde si la pandemia lo permite.

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