LA elección de rector en la Universidad Hispalense no ha sido una caja de sorpresas. Victoria de la continuidad ma non troppo. Aunque Joaquín Luque formara parte de la anterior junta de gobierno, elegido por Miguel Florencio, rector saliente, un relevo en el despacho más importante siempre da paso a nuevas ideas, propuestas y situaciones. Su triunfo en el claustro ha sido indiscutible, cuadruplicando los votos de su oponente, Manuel Lozano Leyva. Durante la campaña, Luque ofreció más propuestas concretas a partir de la experiencia de gestión y Lozano aportó más reflexiones a partir de los problemas de la institución. Si el primero sabe adjuntar a las suyas las ideas del segundo, toda la Universidad saldrá ganando.

Una vez investido, y para seguir en el terreno de las concreciones, haría muy bien Luque en comprometerse a favorecer más la participación de la comunidad universitaria. Si se presenta a la reelección, sería magnífico que buscara el refrendo general retomando el método del sufragio universal. Para que los electores directos no sean los 300 claustrales sino los 70.000 habitantes del disperso campus de la Hispalense.

Todas las universidades están inmersas en una profunda e inevitable reconversión que va más allá de la letra pequeña de cualquier nuevo plan de estudios. La sociedad de la comunicación y de la transferencia instantánea de información ahoga cualquier tentación de enseñar sin tener en cuenta una realidad tan palmaria fuera de las facultades. Y la sociedad de la globalización deja en evidencia cualquier inercia de estructurar una universidad endogámica, de mentalidad funcionarial e impermeable a los talentos propios y ajenos.

Joaquín Luque será un gran rector si se impone a cualquier departamento, camarilla o costumbre que sea una rémora para la excelencia en la docencia y en la investigación. Es el nudo gordiano que desata los demás retos.