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La tribuna

Antonio Porras Nadales

La revolución de las TIC

LA revolución tecnológica, la espectacular expansión de internet y el uso de los ordenadores, constituye una de las más brillantes perspectivas para el futuro de la humanidad en el siglo XXI. Las nuevas tecnologías han llegado incluso a sustituir, como sugería Umberto Eco, al conocimiento mágico que, en manos de brujos o hechiceros, permitió sobrevivir en otras épocas a las sociedades humanas.

Y como todo conocimiento mágico, la conexión entre ambos elementos (información y conocimiento) se presume como algo automático: así suele darse por supuesto que detrás de cualquier transmisión instantánea de información aparece de forma inmediata el conocimiento humano, con sus consecuencias de innovación y de desarrollo imparable de nuevas e imprevistas formas de progreso.

Hay sin embargo algunas ambigüedades e incógnitas que no acertamos a ver correctamente y que seguramente exigen respuestas más meditadas. No se trata ya de la habitual sobrecarga de correos-basura que invaden diariamente nuestros ordenadores, sino de cuestiones de mayor calado. La administración electrónica, por ejemplo, suele presentarse como una de las mejores panaceas de los tiempos modernos frente a la tradicional opacidad y oscurantismo de la burocracia: constituyen incluso una forma de democratizar la gestión pública puesto que los propios ciudadanos podemos teóricamente resolver on-line determinados trámites burocráticos. El problema consiste en que, para enfrentar este desafío la administración se limita frecuentemente a endosarle al ciudadano-usuario todo un sin fin de documentos, archivos y formularios que el ciudadano, si dispone del software adecuado, debe estudiar, analizar y cumplimentar como si fuera un auténtico empleado público. Infinitas series de documentos oficiales que el ciudadano rellena, imprime, tramita -si tiene la suerte de que la web oficial no se bloquee- sin quedar eximido por supuesto de ninguna responsabilidad por error o negligencia. Se trata evidentemente de una magnífica vía para que la propia administración haga lo menos posible sobrecargando de responsabilidades al ciudadano bajo el señuelo de las nuevas tecnologías.

Pero aún más proceloso sería el soporte organizativo y procedimental que está en la base de todo trámite burocrático, aunque sea realizado on-line. Y es que los informáticos, cuando diseñan un procedimiento para ser aplicado en una web, se dedican a preguntarle al funcionario de turno, quien suele limitarse a reproducir su habitual rutina; es decir, que al final no hay ninguna innovación procedimental sino una simple reformulación informática de la vieja lógica del funcionario de ventanilla. ¿Se han preguntado por ejemplo por qué razón deben seguir existiendo determinados plazos para la presentación de documentos en un tipo de administración que debe estar abierta las 24 horas de 365 días al año desde cualquier punto del planeta? Detrás de la fachada cosmética de la administración electrónica sigue reapareciendo la vieja inercia de la burocracia de siempre.

Pero más allá de las webs oficiales y de la e-administración aparece la última de las grandes oleadas de innovación tecnológica, las redes sociales, que están transformando de un modo fulminante la realidad presente sobre todo entre las jóvenes generaciones. Una red de comunicación que parece haber modificado por completo nuestra visión de la realidad.

La pregunta sería si, más allá de circunstancias históricas excepcionales, es decir, en la vida cotidiana, tales redes se están transformando o no en una fuente de nuevos conocimientos que contribuyan al progreso de la humanidad; o por el contrario, si la información que se transmite no viene a ser como una proyección en la red de la vieja dinámica de los corrales de vecinos: o sea, un tipo de comunicación que se limita al más burdo y ordinario de los chismorreos, llevados al extremo de la auténtica obscenidad cuando se trata de volcar algunas imágenes en Youtube. Al considerar que todo lo que se transmite por los nuevos medios lleva en sí el marchamo progresista y el componente mágico de la modernidad de las TIC estamos sin darnos cuenta perpetuando viejas y sórdidas fórmulas de comunicación más propias de los antiguos patios de vecinos. Algunos de los extraños comportamientos juveniles, o incluso infantiles, que venimos constatando en los últimos tiempos responden probablemente a esta triste lógica.

No sabemos si se trata de la recurrente reaparición del gen neandertal proyectado ahora el orden cibernético, o simplemente a que estamos introduciendo el vino nuevo en odres viejos, haciendo un uso frívolo y en ocasiones inadecuado de las nuevas tecnologías.

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