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Ojo de pez

pablo / bujalance

Esta revolución

HACE unos días volví a hablar con Asun, una de las profesoras que tuve en el instituto, y que sigue en la brecha, a pesar de todo. Me contaba que, con vistas a la próxima semana cultural del centro, querían organizar una mesa redonda sobre política. Hay razones, me decía: los chicos muestran ahora un interés especial por la situación política, por los posibles cambios. Y además se sienten parte, están viendo a cada vez más gente joven en puestos de responsabilidad y consideran que el cambio va con ellos, pronto podrán votar y quieren saber de qué va todo esto. Yo me alegré al escuchar a Asun: tradicionalmente, así era en mis tiempos, lo habitual era que los adolescentes pasaran de la política; y si a alguno le interesaba, casi siempre estaba abocado a sentirse más solo que la una. También solía darse, y esto es una norma igualmente presente, tal y como me cuentan otros profesores conocidos, el más acrítico traspaso generacional: en las ocasiones en que se debate sobre política, la mayoría de los jóvenes estudiantes tienden a repetir lo que escuchan en casa. Tal vez, sin embargo, y como argumentaba Asun, la irrupción de nuevos partidos, nuevos estilos y nuevas caras suscite como efecto positivo, entre otros, el interés de los cachorros. Y sólo por esto habrá merecido la pena.

Claro, que habrá que ver en qué queda este interés cuando las nuevas incorporaciones empiecen a asumir cuestiones de gobierno. Algunos han celebrado la ilusión por la política que han permitido recobrar partidos como Podemos y Ciudadanos, y los menores de edad que empiezan a hacerse preguntas no son inmunes a esto, aunque sea, también, por transmisión generacional. Habrá quien cuente ya por votos las posibles adscripciones estudiantiles; un servidor cree, sin embargo, que el mejor modo de que dispone un joven para cambiar el mundo es formándose. Y con esto no me refiero sólo a estudiar, sino a crecer hasta más allá de lo que el contexto tenga previsto para uno. Tenemos un Gobierno dispuesto a convertir al país en una fábrica de peones para que el reino instaurado en la desigualdad no corra peligro; en este sentido, no concibo mayor revolución que allí donde debía aparecer un asalariado con una nómina de 600 euros se alumbre alguien dispuesto a comerse el mundo y a ser lo que le dé la gana. Luego vendrán los agoreros advirtiendo que tales carreras tienen poca salida profesional. Con su pan se lo comerán.

Pensándolo bien, la misma revolución atañe a los adultos. Siempre se puede ir un poco más lejos. Por cada ciudadano conforme, el poder se frota las manos. Y ya vale.

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