Cuchillo sin filo

Francisco Correal

fcorreal@diariodesevilla.es

En la salida de Fernán Caballero

Ese verano de 1970, el del último Mundial de Pelé, me hice adicto a los periódicos

Quien haya leído a García Márquez o Vargas Llosa, a Cela o Delibes, a Tolstoi o Flaubert encuentra en sus novelas personajes fascinantes que no han leído un libro en su vida. Como yo salía del cementerio con un libro entre mis manos, la novela Arrecife de Juan Villoro, mi tío Pepe me dijo con total naturalidad que él jamás había leído un libro. Después reflexioné sobre esa declaración sincera sin ninguna afectación y pensé que muchas veces leemos para robar frases ajenas y quedar bien en las reuniones, para exhibir un ingenio postizo.

En realidad, mi tío Pepe no ha leído ningún libro, pero no ha dejado de escribirlos, aunque por medios nada convencionales. En el cementerio de Ciudad Real acababa de cerrar las páginas de su libro más hermoso. El funeral por mi tía Manoli había sido en la iglesia de San Juan de Ávila, un santo manchego que murió en Montilla. Una de las siete hijas de Andrés Naranjo, panadero que al revés que el santo nació en un pueblo de Córdoba, Belmez, cerca de Fuente Obejuna, para morir en la Mancha. Siete hembras y mi tío Blas. El cementerio está en la salida de Fernán Caballero, el pueblo que adoptó Cecilia Bohl de Faber para firmar sus libros y ocultar su condición de mujer.

Mi tía Manoli, hermana de mi madre, ha sido el best seller de mi tío Pepe. El libro es en realidad una trilogía como ésas que aparecen en los suplementos literarios. En 1965 apareció José Andrés; en 1967, Juanma; y el 4 de junio de 1970, María Teresa. Esta fecha es importante porque ese verano en el que me hice adicto a los periódicos tuvimos que ver mucho a mi tío Pepe y mi tía Manoli en los billares de su familia. El hombre que nunca había leído un libro vivió siempre entre círculos: primero se dedicó con su familia valenciana al negocio de las naranjas, que cambió por las bolas de billar, del fubtolín y las mesas de ping-pong de sus juegos recreativos. Mi prima Mari Tere nació en los días del Mundial de México 1970, el último de Pelé. La semifinal Italia-Alemania, uno de los partidos más hermosos de la historia del fútbol, cuando Riva y Mazzola tumbaron a Beckenbauer, lo vimos en casa de mi tío Manolo, que fue portero de fútbol por media España y acudió con mi tía Tere, otra de las hijas del panadero, al funeral en la iglesia de San Juan de Ávila.

Mi tío Pepe nunca se ha montado en el AVE. Nunca es tarde, le decía yo entre tumbas y gatos juguetones. Su esposa, a la que acababa de enterrar, en agosto del 92 se subió sola al expreso de Felipe para conocer la Expo de Sevilla. Uno de sus hijos trabaja en Villacañas, pueblo de Toledo que en los tiempos del boom inmobiliario fabricaba puertas para toda Europa. Llegó la crisis y ahora a mi tía Manoli le han hecho unas puertas del cielo con música de Bob Dylan. Mi tío Pepe presume de antimadridista. Lo siento, pero sus nietas Beatriz y Andrea, hijas del empresario de las puertas, que estudian Psicología y Criminología, nacieron los años 2000 y 2002 que el Madrid ganó la octava y la novena. El libro de mi tío Pepe ha tenido cinco reediciones, las de sus nietos: además de las futuras criminólogas, Fran, matemático y rapero, Alejandra e Irene. Pepe Vidal a lo mejor no ha leído porque nunca dejó de escribir. Y con mucho éxito.

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