Alto y claro

josé Antonio / carrizosa

El secreto

SI han observado ustedes el barómetro de opinión que hemos publicado durante los últimos días en este periódico, una tradición que llega puntualmente en torno al Día de Andalucía, habrán reparado en el singular fenómeno político que rodea a la presidenta de la Junta. En medio de un panorama que sigue marcado por la desolación por la situación económica, por la falta de perspectivas para una salida rápida, por la desconfianza y desapego hacia los políticos y por la alarma creciente por la corrupción, Susana Díaz ha conseguido en el plazo de menos de seis meses un grado de conocimiento por parte de la población que se acerca al 90% y una valoración que roza el 5,5, cotas ambas que, en la situación actual de país, se podrían considerar casi siderales y que son la base para que su partido pueda aspirar a una victoria relativamente cómoda en cualquier consulta electoral que se plantease en el corto y medio plazo.

¿Y qué ha hecho Susana Díaz para merecer tanto favor por parte de los andaluces? ¿Ha encontrado por ventura la fórmula mágica que permitirá a Andalucía abandonar en un tiempo razonable los niveles africanos de paro que padecemos? ¿O ha dado con la clave que reducirá el foso que nos separa de las regiones más desarrolladas de España y de la UE? ¿Acaso se empiezan a ver los efectos de sus promesas de regeneración de la vida pública y nos ha hecho olvidar los desmanes de ERE y UGT?

No parece que ninguna de estas preguntas tenga una respuesta positiva. No por falta de voluntad de la presidenta, que la tiene acreditada, sino porque en menos de medio año no hay manera humana de poner en orden el desorden que se ha acumulado durante décadas en las que las prioridades de la política iban por otro lado y en las que la manga ancha era la norma en Andalucía y en otros muchos sitios. Ni aunque hubiera sido una acertada mezcla de Metternich y Bismarck, que no es precisamente el caso, hubiera podido sacar adelante Susana Díaz ni una mínima parte de la tarea que la región tiene por delante. Pero denle tiempo, porque la presidenta andaluza, si algo ha demostrado ya, es que sabe hacer política y manejar los tiempos y las personas.

El secreto de Susana Díaz está sobre todo en haber sabido manejar durante este tiempo un concepto que en política es muchas veces tan importante como el de la gestión, que es el de la comunicación. Ha manejado de forma magistral su propia imagen y se ha convertido en símbolo de una nueva generación que tiene las ideas claras. Para ello ha suavizado hasta el extremo los perfiles más radicales que se le suponen a su partido y se ha situado en una cómoda zona de centro que en España está descuidada por el Gobierno de Rajoy y que en Andalucía es un clamoroso desierto. Miren, por ejemplo, su falta de presencia en la polémica del aborto, su acercamiento a las grandes empresas o el ardor con el que ha abrazado el discurso español frente a la amenaza de secesión catalana. Una forma de actuar inteligente que, sin embargo, como en los productos financieros de riesgo, no le garantiza rendimientos futuros.

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