Lucidísimo el quite en segundo turno tras haber desaprovechado el primero, aquél tan desmañadamente ejecutado en Vitoria. Y en el segundo, con la pureza de la verónica honda, el Sevilla se hizo perdonar. Fue, precisamente, en el segundo rodeo más odiado por sus fieles, el campo del Atlético de Madrid y de Simeone. A Vitolo ya ni se le nombra tras una actuación que mereció el deshonor de la sustitución en el intermedio.

Apareció ese Sevilla que andaba reclamando su clientela para configurarse como el mejor del curso. En un escenario tan hostil y habitualmente a contraestilo, tras demasiado tiempo sin mancillarlo, el Sevilla ganó con tanto merecimiento como oportunismo, ese oportunismo de marcar cuando ya no hay tiempo para nada más y que tanto gusto da. Fue tras un primer tiempo muy competido con los porteros salvando a sus tropas de un desaguisado y en el que no hubo goles.

Después, un gol de ese depredador que atiende por Diego Costa ponía las cosas muy complicadas, pero el Sevilla no sólo no se afligió sino que le plantó cara a ese batallón fanatizado que ha modelado Simeone a su imagen y semejanza. Un golpe afortunado con gol en propia meta de Moyá desquició al Atleti y le dio alas a un Sevilla que le pondría la guinda más hermosa con un contragolpe de manual. Y ahora, a ver quién osa dudar de este Sevilla tan denostado y tan capaz.

Era una misión complicada, pero un gran Sevilla se encargó de demostrar que no era imposible. Ahora, con pie y medio en semifinales, la Copa gana en atractivo y se confirma como el título más asequible de la temporada. Pero, cuidado, pie y medio no garantiza gran cosa, sobre todo cuando el martes aparecerá por el coliseo de Dato una especie de guerrilla urbana que llega con la lección bien aprendida. Claro que tiempo habrá para especular sobre un evento tan ilusionante.