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Eduardo Jordá

La selección

VEO al vagabundo de los sudokus tendido en su portal con una camiseta y una gorra de la selección española de fútbol (y me pregunto de dónde las habrá sacado, aunque eso sea muy difícil saberlo). Luego camino cien metros más y me encuentro al africano que vende kleenex en los semáforos. Hoy lleva una bufanda de la selección envuelta en la cabeza, no sé si para protegerse del sol o para llamar la atención (o para las dos cosas). El africano me pide dinero, y se lo doy, y me despide con un "¡Suerte, España, ¡3-0!", y luego me silba algo que calculo debe de ser el waka-waka (y que a él, por cierto, le sale bastante mejor que a Shakira). Sigo mi camino y veo pasar media docena de coches con una banderita española ondeando al viento.

Hacía mucho que no veía nada así. No me gustan las banderas ni los himnos nacionales, y desconfío por sistema de las histerias colectivas y de toda su barahúnda. Pero esta selección española me cae bien, sobre todo porque juega muy bien al fútbol. Da rabia contemplar su juego, basado en el trabajo, la seriedad, el talento y la confianza en los demás, y compararlo con la realidad social y política de nuestro país, dominada por la improvisación, el sectarismo y la incompetencia. Si la selección se rigiera por los mismos criterios que guían las decisiones de nuestros políticos -y da igual el partido en el que militen-, Manolo el del Bombo jugaría en el lugar de Xavi Hernández, organizando el juego desde el centro del campo a golpe de timbal. Y lo mismo ocurre en la enseñanza, en las universidades y en mil sitios más, sin olvidarnos de las organizaciones de empresarios y sindicatos. Se mire como se mire, es muy difícil encontrar a alguien en un puesto importante que sea comparable al cauto y perspicaz Vicente del Bosque. Lo repito: da rabia ver jugar a la selección, y luego compararla con los saltimbanquis que se dedican a la política en nuestro país, empezando por los que amenazan con no aplicar las leyes en vigor (como la del aborto), o los que se manifiestan contra una sentencia del Tribunal Constitucional como si fuera un error arbitral, o peor aún, los que dicen que esa sentencia es una derrota del partido en la oposición, como si las leyes no estuvieran muy por encima de todas las disputas políticas.

España no tiene una historia común de la que pueda enorgullecerse. De hecho, todavía sigue siendo un país inseguro de sí mismo y en el que mucha gente está dispuesta a hacer lo que sea con tal de que no gane su rival, aunque sea en una votación de una comunidad de vecinos. Ésta es nuestra tradición, nos guste o no. Por eso es tan importante el ejemplo de nuestra selección de fútbol. Aunque pierda el Mundial, ya nos ha dado mucho más de lo que nosotros, como sociedad, teníamos derecho a exigir.

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