Pocas veces, creo que ninguna, ha causado tanta sorpresa un nombramiento en el más alto nivel de nuestro fútbol. En un país con muchos millones de personas que se consideran más capacitados que el propio seleccionador, ha causado una gran sorpresa que al titular del cargo lo sustituya su segundo. Ni siquiera cuando fue elegido el desconocido Luis Iribarren, o hasta el doctor Toba, cayó tan sorpresivamente el nombramiento.
La única diferencia entre aquéllos y Roberto Moreno estriba en que éste ha hecho un exitoso PPO a partir de aquella noticia que Luis Enrique recibió en medio de una gran consternación cuando la víspera en La Valetta. Moreno resolvió, o le resolvieron, con éxito el grave problema que se le echó encima, el equipo nacional ganó todo lo que le tocó en este tiempo de interinidad y por ahí puede ser que se ganase la confianza para la que quizá sea la ascensión más meteórica conocida.
¿Y con cuánto crédito cuenta este ciudadano para la supervivencia en un cargo apetecido por gente muy principal? Aquí no se trata de que no haya salido en las estampitas, sino de algo más, nada menos que de estar ante un perfecto desconocido por muy bien que resolviese las citas con Malta, Feroes y Suecia. El cargo tiene mucho de potro de tortura que mal que bien lograron soportar entrenadores de larga trayectoria y con nombre de indudable prosapia en nuestro fútbol.
Como a todos le avalarán los resultados y a él más que a otros que llegaron con otro bagaje al cargo. Estamos ahora con el deber de clasificarnos para la Eurocopa del próximo año, lo que no parece que vaya a ser dificultoso tras el pleno logrado con nuestro hombre a pie de obra. Particularmente, un servidor tenía mucha fe en Luis Enrique por su andadura anterior y, sobre todo, por su talante trabajador y de mirarte a los ojos, pero ante lo irremisible de la situación, suerte a Moreno.
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