SEGURO estoy de que la situación económica ayuda al paso de tortuga que el Betis practica en cada operación. Y seguro estoy de que ese ritmo de quelonio perjudica al buen desarrollo de las operaciones. Quitando aquellos veranos de los noventa en que Lopera iba ganándose la confianza de los béticos y el odio de los que hoy imploran su retorno, el ritmo del club a la hora de adquirir los refuerzos, imprescindibles por cierto, no ayudan al éxito.

El Betis, por siempre y para siempre Real Betis Balompié, tiene un equipo mejorable y no sólo manifiestamente, sino obligadamente mejorable. Un equipo tan necesitado de volver a su hábitat natural, ése que añora una infantería tan fiel y numerosa como la que lo sustenta, no puede saltar a la competición con lo que tiene. Y pasa que la competición que ha de librar para recobrar el estatus perdido está ahí mismo, a la vuelta de tres domingos a las siete de la tarde en la Creu Alta.

Este Betis del que futbolistas como Juanfran reniegan no puede estar distraído en árboles que no le permiten manejarse por el intrincado bosque de su presente. Casi todos los veranos le ocurre lo mismo y tanto da que sea Alexis como Stosic el encargado de las compraventas para que todo se demore hasta asomarse al peligroso pretil que es afrontar una competición con lo que tiene. Y si lo que tiene ofreciera un mínimo de garantías... pero es que lo que tiene es un dolor.

Se eterniza la renovación del imprescindible Rubén Castro, no se termina de salir de problemas como Paulao o Braian, y surge la figura de N'Diaye como arbolito que distrae y que entorpece la visión de ese bosque por el que el Betis se mueve tan morosamente. Y tampoco parece que los que vinieron mejoren lo que tanta influencia tuvo para el batacazo a Segunda. La Liga está ahí y este Betis, con lo que tiene, sólo podría retornar mediante uno de esos milagros que nunca se dan.