Un señor de Pontevedra

Pocos presidentes, Adolfo Suárez quizá, llegaron al poder con tanto en contra como Mariano Rajoy

Uno lo imagina tomando posesión tras su inesperado regreso al registro de la propiedad. El andar cansado entrando en el edificio gris y funcionarial, la media sonrisa en el saludo educado a los oficiales, la llegada al modesto despacho forrado de legajos y anaqueles, la foto de su mujer (de la que, por cierto, sobran los elogios en cuanto a discreción y prudencia se refiere) en la esquina de la vieja mesa de madera... Y esa sensación de pasar de súbito del coche oficial a la parada del taxi, de la entrevista formal en la emisora de turno al cotidiano café de la mañana, de la implacable oficialidad del BOE a los áridos artículos de la Ley Hipotecaria.

A algunos nos deja un poso de afecto su gallega figura, el presidente que parecía poder con todo y con todos sólo con la táctica de dejar que corra el tiempo, el primero que ha sido depuesto en el cargo por una moción de censura. Claro que Rajoy ha cometido errores, muchos. El primero, pensar que la corrupción estaba políticamente descontada. El apoyo expreso a un tipo como Bárcenas es una buena muestra de la mezcla de complacencia e inacción en este tema, y sima de su mandato. Otro, no menor, la mentalidad tan extendida en la derecha española de estar en la política sin hacer política, dejándolo todo al albur de la mejora de la economía. Que ha mejorado ostensiblemente, sí, pero que no aborda de verdad y por derecho los enormes problemas de tantos ciudadanos que cada día pagan más y reciben menos.

Pero que en su caída ha pagado también por los platos de otros, nadie lo duda. Pocos presidentes, Suárez quizá, llegaron al poder con tanto en contra: un país arruinado a punto de rescate, una Constitución en solfa, el rey abdicando, pujantes partidos saltando las maltrechas costuras del bipartidismo, el fuego amigo enfurecido con francotiradores de prestigio… Con todo, sacó al país de la crisis, contuvo con dificultades a los irredentos y siempre transitó por las aguas calmadas de la prudencia y la moderación. ¿Poco bagaje? El tiempo dirá. Lo que nadie le podrá discutir es que mientras otros siguen viviendo del presupuesto mientras respiran por la herida del rencor o le ríen las gracias a cualquier dictadorzuelo, hay un señor que mira hoy el paisaje azul de la ría de Pontevedra sin pedirle nada al Estado, después de tantos años a su servicio. Y nada más que por eso ya merece un reconocimiento.

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