Por montera

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Lo que no sepa hacer d ios...

CUANDO a Lam le pusieron sobre el regazo a su bebé recién nacida su sonrisa se borró como un frenazo. Entró en shock la emoción por el nacimiento de la niña al ver que en vez de dar a luz a una preciosa muñequita su rostro estaba inacabado. Pensó que a Dios se le fue la mano mientras esculpía la carita de su pequeña Nguyet. Porque la parte izquierda tenía el ojo perfectamente esculpido. Pero desde la nariz era como si a Dios le hubieran empujado en plena obra artesanal y su mano hubiese caído con todo su peso sobre la otra parte de la cara, aplastando su nariz, tirando la boca hacia arriba, desplazando el otro ojo sin párpado y borrando todo el cuero cabelludo.

Lam y Nguyet vivían en un diminuto poblado de Vietnam rodeadas de la pobreza más paupérrima. Circunstancia que atrae a gentes de gran generosidad atraídas por ese olfato para detectar la miseria. Alguien así, un día, pasó por la aldea cuando la pequeña tenía seis meses y ya empezaba a correrse la voz de que esa criatura no era hija de los buenos dioses. Ningún doctor de la zona sabía qué tenía la pequeña. Alguien retrató a Lam, sentada sobre una piedra a la puerta de su choza, hundida en su ruina, abrazando a su pequeña. Esa fotografía se la enseño a Patti Maxey residente en Florida. Conmovida por ese rostro deformado por la mano de Dios ,de esa manera que no llegamos a entender ,comenzó a buscar ayuda. Pidió apoyo a una organización de San Francisco, que se interesó por su caso buscando especialistas a nivel mundial en el tratamiento de tumores vasculares. Los hallaron en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid. Patti emprendió una serie de contactos. Habló con Lam y con el Gregorio Marañón. Reunió dinero para llevar a Lam y Nguyet desde Vietnam a Madrid a realizar las primeras pruebas, complejas y múltiples. La intervención no podía ser inmediata así que había que esperar dos años mientras la pequeña recibía tratamiento en Vietnam. Lam hablaba vietnamita, Patti, inglés, pero los gestos y el amor se convirtieron en el idioma universal.

Cuatro años después, Nguyet habrá aguantado vejaciones de sus amigos del poblado por aquel tropiezo de Dios corregido por la bondad, generosidad y el talento de un puñado de gentes que te hacen reconciliarte con este mundo. Un ventana donde te gusta asomarte para ver, como dice Patti, a tres mujeres de tres continentes que han protagonizado una emotiva historia.

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