ES una satisfacción para este periódico dar a conocer a un sevillano sin fronteras como Andrés Lozano. Un neurocirujano que, desde Toronto (Canadá), está en primera línea de la investigación para combatir enfermedades como el alzheimer, igual que José López Barneo se afana desde Sevilla en hallar la clave del parkinson. La colaboración entre ambos suscita expectativas halagüeñas. El hallazgo de Lozano para intentar revertir la pérdida de la memoria es coherente con su biografía. Ejercer de sevillano sin salir de Sevilla tiene poco mérito. Es de sombrerazo hacerlo a 5.000 kilómetros de distancia y habiendo pasado sólo en su ciudad natal los tres primeros años de vida.

Desde que alcanzó la mayoría de edad, Lozano no se ha conformado con la transición de emigrante a ciudadano del mundo en una urbe muy cosmopolita, y ha recobrado con sus viajes a Sevilla la memoria perdida de su origen en Triana, sevillanizando de paso a sus hijos, de nacimiento tan canadiense como la Policía Montada. Andrés Lozano ha experimentado consigo mismo la recuperación de vivencias, y ahora con sus pacientes logra que recuerden las páginas de la vida que se les habían traspapelado en recovecos del cerebro.

Nació en la Triana de 1959, la de familias que se bañaban por turno en la azotea calentando barreños. La de sueños de altos vuelos con la Hispano Aviación, cocheras de tranvías, hornos de ceramistas y miedo a las riadas. Ahora Triana, el paisaje de sus escapadas de verano, es un brazo de mar servido en raciones a lo largo del río de bares llamado calle Betis. Es el barrio donde más ha subido el precio de la vivienda y en el que residen más estudiantes anglosajones en pisos de alquiler para aprender español y pasárselo en grande.

Suerte, doctor Lozano, en sus investigaciones. Si le queda tiempo, experimente en estimular el hipotálamo de Sevilla para que la ciudad descubra las trampas de la memoria cuando se ignora estar bajo los efectos del alzheimer chauvinista.