La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Los sevillanos de agosto

Las miradas en un autobús en las tardes de verano son de días de pandemia, cuando Sevilla estrenó agosto en primavera

Calles vacías en agosto.

Calles vacías en agosto.

Las miradas que se cruzan en un autobús urbano en agosto no son iguales a las del resto del año. Solo recuerdan a las de los meses del encierro, cuando Sevilla fue un continuo agosto sin calor en plena primavera. Somos tan pocos que viajamos en familia, con ese silencio que une a quienes no tienen nada que hablar porque ya todo está dicho y basta con acompañarse, con estar, con sentir la proximidad. Pocas cosas unen más que compartir un viaje en Tussam a las cinco de la tarde de un domingo, fresquitos gracias al erario público, pues el coste del billete está muy por debajo del coste real, con riesgo casi cero de frenazos al no haber prácticamente tráfico y con derecho a elegir asiento y ventana. Usted mira a su acompañante, su acompañante lo mira a usted, y cada uno se imagina que el otro va a trabajar, porque nadie está por gusto a esa hora dentro de un autobús que ha tardado veinte o treinta minutos en llegar a su parada. Por amor a Sevilla nadie sale de su casa a esa hora del verano en que sólo hay carcaños en patinete vivaqueando del centro a los barrios y de los barrios al centro.

Como le ocurrió a un amigo que estaba en la consulta de un psiquiatra en la Plaza de la Campana una tarde de agosto. Harto de calor se dirigió a la enfermera con el descaro de los que han perdido la cordura: "Señorita, ¿puede poner el aire acondicionado? Los loquitos tenemos derecho a no pasar calor". Otro paciente terció indignado: "¡Oiga, que yo no soy ningún loquito!". El amigo zanjó con soltura: "Claro que no, usted está aquí para coger sitio en el balcón para cuando llegue la Borriquita". Puede decirse que Sevilla se apresta a formar la cofradía de los fieles de agosto, una hermandad de manga corta, experta en la búsqueda de la sombra, que sabe disfrutar de la paz, el sosiego y la calma casi de convento de las tardes de los fines de semana.

Cofrades de ladrillo como tope de la persiana echada para no gastar más luz de la cuenta, de dos duchas al día y de licencias de cerveza a la caída del sol. Cofrades de plaza, calles estrechas y calzado sin calcetín. De mirarse con discreción los unos a los otros como el que pasa lista. "Este se ha quedado en Sevilla otro año más...". Y de ceño fruncido en cuanto el personal regresa de los destinos de una semanita con derecho a desayuno, caponata de animadora infantil y parrilla nocturna colectiva. En la hermandad de agosto los hay voluntarios y obligados, todos intercambian miradas, se conocen unos a otros, pero no se habla. Sevilla duerme de día y ellos velan su sueño.

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