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José Aguilar

El símbolo de una época

CALLEN los aguafiestas que llevan años ensañándose con el pobre Carlos Fabra, ex presidente de la Diputación de Castellón, por haber inaugurado un flamante aeropuerto en el que, más de un año después, ni despegan ni aterrizan aviones.

Callen, que ya hay un avión que reluce en el aeropuerto castellonense. La única pega que se le puede poner es que no se trata de un avión de pasajeros ni de mercancías, sino de un avión simbólico que corona la gigantesca escultura (24 metros de altura, dos toneladas de peso y 300.000 euros de coste) que preside las instalaciones aeroportuarias. Cuando al fin se pueda volar hacia o desde el aeropuerto de Castellón -todavía no tiene los permisos correspondientes- aquello va a quedar precioso.

Yo a este aeródromo sin uso -Fabra lo inauguró abriéndolo al público para que los ciudadanos pudieran disfrutar de un paseo por sus pistas- lo veo como una estupenda metáfora de una época de la historia de España de la que estamos despertando ahora bruscamente, incluso dramáticamente. La época en la que atábamos los perros con longaniza, los particulares comprábamos segundas residencias gracias a las hipotecas generosamente concedidas por los bancos y las administraciones ponían en marcha la red de alta velocidad ferroviaria más extensa del mundo mundial, repartían subvenciones para todo y acometían obras faraónicas financiadas por las cajas de ahorro que habían puesto al servicio de sus intereses políticos.

En el aeropuerto sin aviones de Castellón habita el espíritu de esa época. Allí están el delirio de un político megalómano imputado por corrupción, el proyecto de una gran obra que se hizo sin un pertinente estudio de mercado que arrojara una mínima garantía de viabilidad, el dinero público a manos llenas aportado por una Generalitat valenciana que se debate entre la ruina y la quiebra y, en general, el sueño convertido en pesadilla de unas comunidades autónomas cuyos gobernantes, más habituados a gastar que a recaudar, se ven ahora forzados a recortar las prestaciones sanitarias y educativas de sus administrados sólo porque ellos han actuado como pésimos administradores.

Cuando pasen los años, sea con el aeropuerto de Castellón al fin funcionando, sea criando jaramagos, la escultura de los 24 metros, las dos toneladas y los 300.000 euros, con su avioncito en posición de un despegue que por ahora no es posible, quedará como el icono de una era de desmadre y derroche en la que nos comportamos, unos más que otros, como nuevos ricos. Al despertarnos nos dimos cuenta de que el dinosaurio de la deuda seguía aquí. Empobreciéndonos a los que estamos y a los que vienen.

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