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La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

El síndrome de la pandilla... en Sevilla

Siempre los hay dispuestos a hacer de bufones, pidetaxis y sacapapeletas de sitio por ‘acompañar’ a ese influyente que está solo

Brindis

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La pandilla en Sevilla, o su modalidad amable conocida en lenguaje coloquial como maripandi, es un colectivo de autoafirmación, exhibición de influencia, alianzas soterradas para algún fin notorio o tácito o, simplemente, que nace de la necesidad de no estar solo, que es una las mayores debilidades del ser humano. Los que tienen vocación de acompañantes, esos que están profundamente encantados de ser banderilleros o picadores, tienen la gran habilidad de detectar a quienes no saben estar solos. Y se ofrecen generosamente para hacer de secretarios, mayordomos, bufones, pidetaxis, llevamaletas, sacapapeletas de sitio y otra versiones. Condición indispensable es que el que está solo tenga un estatus elevado, claro, pues para acompañar a tiesos siempre hay tiempo... Las pandillas viven su gran mes con las comidas de diciembre. Por ejemplo, hace no muchos días hubo una reunión en la finca de un empresario pujante a la que acudió un político de moda del que todos quieren ser de su cuadrilla. La gracia estaba en leer los mensajes de quienes, considerándose miembros de la pandilla del anfitrión, no fueron invitados a la jornada festiva. Qué ingenuos. Algunos se dieron cuenta de que solo están para las novilladas con picadores, pero no para los grandes festejos. Es lo que tiene la pandilla, que hace creer que todos son iguales, cuando eso solo es verdaderamente así a la hora de comparecer ante la inevitable: la Canina.

Las pandillas se pueden vertebrar por la vocación común, caso de una hermandad; por compartir la profesión, caso de empresarios, juristas, etcétera; por los cónyuges, que manejan muchas veces los hilos en la sombra, o por un fin concreto y de duración limitada, caso de la modalidad UTE, muy habitual en el mundo de la política o de las sociedades. Pero todas necesitan ese anhelo de exhibición que, al fin, es lo que se proyecta para mandar mensajes a las otras pandillas.

La pandilla puede hacerte creer el espejismo de que eres de ellos, cuando en realidad solo comes con ellos porque consideran que pueden servirse de ti. Si dejas de ser útil te obsequiarán con ese frío con el que castiga la Sevilla indolente y cruel. La pandilla juega siempre a la apariencia, a buscar las uniones entre supuestos iguales, a reconocerse unos a otros, a frecuentar los mismos bares, habitualmente de mucha bebida y escasa comida. La pandilla se rompe, a veces dolorosamente, aunque unos hayan estado emperifollados en los bautizos y en las bodas de los hijos de los otros. La pandilla nace y muere con un objetivo que se reviste de amistad. La única verdad es que todo es mentira. Y que solo los bares hacen caja.

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