DESDE LA AVENIDA

rafael Roblas Caride

n o son sólo unas carreritas

HASTA que los lamentables hechos acaecidos durante la aciaga Madrugá de 2000 demostraron la fragilidad de su jornada más emblemática, la Semana Santa parecía intocable. Los responsables de velar por la seguridad de las procesiones y por la de sus espectadores confiaban hasta entonces en esa proverbial cultura de la bulla y en esa dosis de providencia divina que nos caracteriza, "que para eso Sevilla es la tierra de María Santísima y aquí nunca pasa nada". Sin embargo, algo ocurrió aquel ya lejano 20 de abril que pareció marcar el límite entre un antes y un después. Las famosas carreritas contribuyeron a la toma de ciertas decisiones municipales de cara a la galería, aunque lo cierto del caso es que jamás se supo sobre la causa de aquellas avalanchas provocadas "por un grupo de niños pijos", según la explicación del entonces alcalde, Sánchez Monteseirín. Por supuesto, de responsabilidades penales o políticas, para qué vamos a hablar.

Resulta que es verdad aquello de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Madrugá de 2015, aproximadamente hacia las cuatro y media. Las consecuencias no son necesarias que me las cuenten porque las vivo en primera persona desde la línea de fuego de Orfila, formando parte de la cofradía del Silencio: nazarenos rodando por el suelo, cruces y cirios rotos, contusiones, torceduras de tobillo, ataques de ansiedad. La situación resulta tan límite que se roza la tragedia y sólo la ejemplar reacción de cofrades y espectadores evita males mayores. Al parecer, no es la única calle afectada ni el único brote. Pronto los responsables de comunicación de la Casa Consistorial se aprestan a emitir una nota oficial, minimizando los hechos a categoría de anécdota. La misma aclara que las avalanchas se deben a una reyerta en la Encarnación que ha provocado a su vez una estampida en efecto dominó, con su consiguiente ataque de pánico entre el público.

Aunque éste no es el momento de valorar esta comunicación policial, ya que la necesaria investigación del caso confirmará -o no- dicha versión, sin embargo, sí es exigible que los organismos competentes no incurran de nuevo en los errores del pasado y cierren de una vez una herida que no deja de sangrar desde hace quince años y que puede ser de muerte. Y no sólo la de la Madrugá, que va agonizando año tras año sin puntilla, sino también la del turismo y, por extensión la de la marca Sevilla. Por otro lado, los sevillanos se merecen una explicación convincente y, sobre todo, unas soluciones drásticas, ya que no es de recibo que la seguridad de millares de personas dependa del alcohol en sangre de una panda de descerebrados con ganas de diversión… o a otras causas, si las pesquisas determinan circunstancias diferentes.

Lo que sí está claro es que algo ha fallado y la clásica técnica de la improvisación ya no sirve. Tampoco la del "dónde está la bolita" del trilero de Sierpes. Las Fuerzas de Seguridad del Estado, el gobierno municipal (con su rimbombante Cecop) y el Consejo General de Hermandades y Cofradías deben reunirse sin más dilación para reflexionar seriamente sobre la situación actual de la Semana Santa y para aplicar soluciones contundentes y hasta impopulares. Con pulso firme y sin intereses electorales de por medio. Porque puede ser que en la próxima ocasión no se tenga tanta suerte y que un tercer tropiezo en la misma piedra resulte definitivo para que la noche más hermosa de Sevilla termine convirtiéndose el año menos pensado en una película de terror con sus víctimas mortales. Avisados estamos.

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