A la sombra de García Ramos

El gran museo que tenemos en las calles de Sevilla es un privilegio del que disfrutamos todos

Ir a los jardines de Murillo y paseo de Catalina de Ribera en una soleada mañana de invierno es uno de los sencillos placeres de Sevilla. El talento y la voluntad de unos pocos transformaron unas huertas extramuros en uno de los lugares más amables de la ciudad. De traseras del Alcázar pasaron a ser un bello final del casco histórico, con trazas cosmopolitas, pero con soluciones que pronto fueron modelos para otros jardines, plazas y plazoletas. Albero, chino lavado y losas de tarifa, bancos de azulejos y una jardinería de ficus, magnolios, glicinias y acantos, naranjos, palmeras, latanias, setos de mirtos y boj, etcétera. Destaca la figura del arquitecto Juan Talavera, autor de varios lugares clave de los jardines como el monumento a Colón sufragado por suscripción popular iniciada por José Laguillo, director del periódico El Liberal, con esculturas de Lorenzo Coullaut Valera, uno de los artífices de la Sevilla modernista con el monumento a Bécquer. También otra obra del arquitecto, sobre la tapia del Alcázar, es el monumento a Catalina de Ribera, que ha sido apeado para seguridad y reparación, porque la parte superior tenía un claro cabeceo muy vencido hacia el paseo. Bien hecho.

Dejamos a la izquierda las escuelas maternales, que también proyectó Talavera en los años treinta aprovechando unas estructuras anteriores para cocheras del Alcázar, y tras el gran ficus monumental se esconden un par de pequeñas glorietas en la parte más frondosa de todo el parque, antes de ser jardines de Murillo. De nuevo encontramos una sencilla arquitectura que no olvidaba los hallazgos del parque de María Luisa y las glorietas a las que dieron forma Forestier y Aníbal González y que la sensibilidad de Talavera llevó a una sencilla expresión con losas de barro de catorce por veintiocho centímetros de las que labraban suelos de patios y azoteas en todas las casas y con tiras y escuadras vidriadas en blancos y azules, que nos llevan a la plaza de Doña Elvira y tantos lugares de un tiempo que dio forma a la Sevilla que evocamos y que aún podemos recorrer por fortuna. Réplicas de bellos capiteles adornan la primera glorieta. La segunda está dedicada al pintor José García Ramos por iniciativa de pintores y artistas sevillanos. Un momento de reposo en sus bancos nos hace mayores, porque recordamos los jarrones de cerámica vidriada con flores y las pequeñas macetas que adornaban la sencilla fuente central. Los azulejos originales de cuadros del maestro pintados han sido sustituidos por motivo del vandalismo y el resultado pierde, pero sigue siendo admirable. Por un instante pensamos que lo que vivimos antes era más sencillo y bello. Por suerte encontramos en internet fotos del estado de la glorieta en los años cincuenta, con guarda jurado incluido. El gran museo que tenemos en las calles de Sevilla, de plantas, cerámica y obras de arquitectura y escultura es un privilegio del que disfrutamos todos. García Ramos nos guarde de los agresores ignorantes.

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