LLEGÓ el gran día para que el curso rompa en decididamente triunfal. Decíamos aquí mismo el domingo que en ese día el propósito era marcar el primer gol del jueves y resulta que el jueves ha llegado. Ya está aquí el día en que puede cumplirse ese gran sueño que es el de poder seguir soñando. Cuando llega el despertar, los sueños dejan de serlo para dar paso a la prosaica realidad, pero hoy el Sevilla puede encontrar la dicha de seguir soñando.

Salió vivo del estuario del Duero y eso le permite soñar con una remontada más que factible. Con la cantidad de gol que tiene este Sevilla, un gol se antoja obstáculo no demasiado consistente y eso le alegra las pajarillas a un sevillismo que vive días de vino y muchas rosas. Las sensaciones percibidas la tarde del Espanyol catapultan el ánimo del sevillista en aras a conseguir que la bola del Sevilla se haga un hueco junto a las de los otros tres privilegiados que hoy sobrevivan.

Con Nervión convertido en caldera, la cocción del Oporto se ha de realizar a fuego lento, que las prisas no son buenas compañeras en estos viajes tan procelosos. Tocar a rebato desde el tañido inicial no está nada mal, pero guardando la ropa a fin de que un gol de los portugueses no dificulte las cosas. Allí en Oporto, el Sevilla fue nítidamente superado para que lo mejor del balance fuese el resultado y esa fortuna no puede dilapidarse quemando las naves inadecuadamente.

El premio de estar entre los cuatro mejores de esta Liga Europa es tan atractivo que su logro pasa por un corazón ardiendo y una cabeza bien fría. Ya sé que éstas son obviedades que no escapan a los que patronean la nave, léase ese Unai Emery que ha logrado convertir en cañas las lanzas, inexplicables muchas de ellas, que le apuntaban hace sólo dos telediarios. Es el día para un sueño que consiste en la posibilidad de poder seguir soñando. Nada más y nada menos.