La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Tú, que sufres la misma pena

Dicen los ojos, tan tristes, tan acogedores, tan comprensivos, del Señor: "Yo, que sufro tu misma pena"

Señor de la seguridad y la duda, de la fuerza y la debilidad, del acogimiento y el desamparo, de la misericordia y el juicio, de la ternura y la dureza, del poder y el desvalimiento, de la victoria y la derrota, de la palabra de Dios y de su silencio, tan Dios, tan hombre, ¿quién eres? Lo sabemos al mirarte, pero por mucho y bien que sobre Ti se haya escrito nunca podremos expresarlo con palabras. Es imposible aunar tantos opuestos como en Ti se concilian, armonizar tantas contradicciones como en ti se resuelven. Estás más allá de las palabras porque Mesa te esculpió para que los seres comunes y corrientes pudieran comprender, contemplándote, lo que ni los teólogos comprenden.

No debe ser casual que en el mismo capítulo de Mateo en el que el Nazareno dice "venid a mí todos los estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar; llevad mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas", también diga: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las revelaste a los niños". Lo que equivale, no a ignorancia y credulidad, sino a limpieza de corazón.

A nadie les habla más claro el Gran Poder que a los limpios de corazón que se confían a Él cuando tantas cosas en sus vidas invitan a no hacerlo, a dudar, a desconfiar. Está la tentación del mal ladrón: "¿No eres el Mesías? Sálvate a ti y a nosotros". Esa voz que se oyó en el Calvario se oye hoy y se oirá siempre que la vida apriete, más fuerte cuanto más hiera. Pero cuando el devoto traspone el atrio y mira al Gran Poder algo en su interior le dice, de forma espontánea, como si le hablara una voz que a la vez es y no es la suya, las palabras del buen ladrón: "Tú, que sufres la misma pena, ¿no respetas a Dios".

En estas palabras de Dimas está una de las claves de la grandeza del Gran Poder. Se las dice el Señor a su devoto y el devoto al Señor en el diálogo más conmovedor de Sevilla. Estos días de besamanos en los que está aún más entregado le dicen los ojos de quienes lo miran: "Tú, que sufres mi misma pena"; y los ojos, tan tristes, tan acogedores, tan comprensivos, del Señor le responden: "yo, que sufro tu misma pena". Y se van con la cruz con la que entraron, pero bendecida. No me pidan que lo explique. Nadie puede. Cree para comprender, dijo San Agustín. En San Lorenzo se cree sin comprender. Porque se ve.

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