La ciudad y los días

carlos / colón

Más que superhombre

MANDELA no era un hombre perfecto. La perfección es lo opuesto a lo humano. Como sucede también con las virtudes no es su (imposible) plena posesión lo que nos hace mejores, sino el esfuerzo por alcanzarla. Ni los santos fueron perfectos. El peor favor que se les puede hacer es representarlos como hacía cierta hagiografía que, a fuerza de santificarlos, los deshumanizaba. Esto sucede hasta con el mismísimo Jesús Nazareno. Cuanto más se le humaniza más brilla la sencilla y conmovedora entrega de un Dios que escogió ser también hombre para ayudar a los hombres a descubrir lo que de divino -inmortal, eterno, poseedor de una dignidad del que ningún poder humano puede desposeerle- hay en ellos. Pasolini hizo así la mejor película que en más de un siglo de cine se haya rodado sobre Cristo. Juan de Mesa esculpió así la mejor imagen de Jesús Nazareno que en veinte siglos de arte cristiano se haya esculpido. Bach compuso así la pieza cumbre de la historia de la música no sólo religiosa.

Con los héroes pasa lo mismo. Cuanto más exageradamente se les alaba, más se embellece su vida y más se ocultan sus debilidades, menos humanos parecen y menos sirven como modelos de virtud. Lo excepcional de Mandela es que compartía nuestra misma debilidad y miedo, nuestra misma cobardía acomodaticia, desesperanzada o cómplice ante situaciones de marginación e injusticia. Y que los superó. Por eso se propone al mundo y a la historia como un modelo de posibilidad de superación de esas limitaciones.

No era un superhéroe de cómic, ni estaba dotado de poderes superiores a los nuestros. Lo que sí tenía era el valor, la compasión, la firmeza de convicciones y el sentido de la justicia que también existen en nosotros. No sólo compartimos con él las debilidades humanas, también las grandezas. Él luchó contra las primeras y se esforzó en afirmarse en las segundas. 27 años de cárcel no le doblegaron. Me recuerda a Antonio Gramsci, padre del comunismo humanista, que pasó los últimos once años de vida de los 46 que vivió encarcelado por Mussolini, sin renunciar a sus ideales ni dejar luchar escribiendo. A diferencia de Gramsci, que falleció en 1937 sin ver la caída del régimen que lo encarceló, Mandela tuvo la suerte de verlo, gobernar el país liberado del racismo en gran medida por su valerosa lucha y vivir en libertad el resto de su afortunadamente larga vida.

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