Julián Aguilar García

Abogado

La tele del hospital

El amarillo proyecta una sensación de optimismo que puede ser útil en épocas de crisis

Hace poco estuve (nada grave, no se ilusionen) en el hospital Virgen del Rocío. Había más gente de la que cabe en nuestros tres estadios llenos (los dos de los equipos que tantas satisfacciones están dando a sus incondicionales y el jocosamente llamado Olímpico).

Lo más sorprendente de la visita fue que, pese a la impertinencia de buena parte de los pacientes, familiares, amigos y paseantes varios, la mayoría del personal mantenía la amabilidad. No todos, por supuesto. Algunos eran tan simpáticos y colaboradores como un marmolillo con púas. Pero, ya digo, muchos mostraban una resistencia al tedio, a la tensión y a la estupidez ajena, digna de mejor causa y, sin duda, muy superior a la que yo podría exhibir en esa situación ni en mi día más paciente (días de los que tengo pocos).

Pero lo que me arrancó una carcajada y, luego, una arruga de tristeza, fue el letrero adherido a un monitor de ésos que te van mostrando los números de los llamados y la consulta donde les atenderán. El cartel rezaba: "Esta pantalla no funciona como televisión doméstica".

Evidentemente, si han puesto esos letreros es porque algún que otro lesionado en pos de una baja médica de pronto habrá recuperado la movilidad de brazos y piernas y, agarrando una pantalla, habrá salido corriendo más que si le persiguiera alguien ofreciéndole trabajo. Las lecturas posibles son varias.

Una, divertida, la estulticia ignorante del que se haya llevado esa pantalla a su casa, acaso para conectarla al fuchi-fuchi (terminología con la que un querido amigo se refiere a todo cacharro, chisme o elemento tecnológico sin nombre suficientemente conocido) que seguro tiene para ver gratis los partidos por los que en teoría hay que pagar. Qué chasco cuando se diera cuenta de que no le sirve para nada.

Otra, que no resulta extraño que, en una sociedad que tiende al abuso de los derechos (reales o supuestos: una paguita, una subvención, etcétera), no sólo se desincentiven el trabajo, el esfuerzo y la asunción de riesgos, sino que (como los nacionalistas en sus reivindicaciones) haya quien pretenda extender la exigencia hasta la propiedad de los bienes ajenos. ¿Por qué no voy a llevarme esa "tele" a mi casa si la han pagado otros con sus impuestos? Tal vez sin ni siquiera percepción de hacer nada indebido.

Por fin, y por no extenderme más allá del espacio que me concede el periódico y de la paciencia que ustedes me muestran, lo más grave, claro: la delincuencia tan extendida en algunos sectores y lugares. Habrá quien lo atribuya a la alienación individual y grupal provocadas por una sociedad capitalista y sin sentimientos que margina a amplios espectros sociales y que no integra a determinados colectivos por clasismo o racismo. U otro tipo de cursiladas igualmente erróneas.

Entiendo que los trabajadores de los hospitales protesten en la Consejería de Sanidad. Yo lo haría más en la de Educación, en la de Interior y en la de Justicia, a ver si conseguimos más educación, más sentido del deber y más respeto.

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