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Acción de gracias

El teléfono

Me pregunté de cuántas palabras importantes, de cuánto cariño y entusiasmo, fue testigo ese simple teléfono

Hace unos días dimos de baja la línea de teléfono que desde que yo tengo uso de razón funcionaba en el piso familiar, y no pude evitar pensar -al ver el aparato del inalámbrico desconectado de su enchufe, inútil y desfasado como un juguete antiguo- que con la cancelación del servicio se cerraba un largo historial de décadas de mensajes, charlas, anuncios, emociones, relegados ahora al limbo de las psicofonías o al territorio de la añoranza, allá donde habita el pasado. Recordé esta misma semana, con una sonrisa, que el número se diferenciaba sólo en un dígito del restaurante Donald, y que era similar también al de una ortopedia, por lo que resultaba habitual que alguien se despistara y pretendiera reservar una mesa para ese mediodía o preguntara si disponíamos ya de las plantillas que había encargado, y nosotros, aún niños o tal vez adolescentes, evitábamos la tentación de la travesura y aclarábamos el equívoco por miedo a un futuro remordimiento de conciencia. Después vino, inevitable, la nostalgia, y me cuestioné de cuántas palabras importantes -de cuánto cariño y entusiasmo, de cuánta vida- fue testigo aquel simple teléfono.

Ahí estaban, por ejemplo, las conversaciones que manteníamos cada domingo con nuestra abuela paterna, cuando no la visitábamos en Madrid, y tras evocar esa costumbre asomaron por mi memoria muchos otros momentos que conocería aquel número, el de una familia numerosa, con sus alegrías y sus penas. Allí llamábamos, nerviosos, aliviados o llenos de pesadumbre, los estudiantes aplicados y los mediocres -de todo había en esa casa- para informar de las notas que nos habían entregado en el colegio; aquel número fue el ancla que nos devolvía a la tierra -a nuestra rutina, a nuestra existencia real- cada vez que cogíamos un avión y avisábamos ya en el destino del aterrizaje sin incidentes. El timbre de ese teléfono rompió nuestra calma con la noticia de alguna muerte, pero también fue un aliado de la fortuna, y advirtió de los partos en los que nacerían los sobrinos, los nietos, o fue el cauce por el que supimos que alguno de nosotros había sido seleccionado para un trabajo, ganado algún premio, tenía alguna dicha que compartir con los otros.

Ahora que esos números han pasado a ser una combinación estéril, hoy que ya nadie responde al otro lado, uno agradece todas las veces que contestó una voz cálida, alguien que daba ánimos en los contratiempos y celebraba las buenas nuevas. Ojalá pudiésemos volver a usar ese teléfono una vez más, quebrando las leyes de la lógica y el tiempo, para decirles a los seres queridos que se fueron que siguen con nosotros, que la música y el ruido de aquellos días han dejado su eco, que esas charlas que tuvimos en el pasado aún nos acompañan.

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