DERBI Betis y Sevilla ya velan armas para el derbi

La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Así terminó la convivencia entre Triana y la Macarena

No se había inventado el balompié cuando hacía muchas décadas que ya se rezaba a alguna de las Esperanzas

Sergio Sopeña y José Antonio Fernández Cabrero, hermanos mayores de la Esperanza de Triana y la Esperanza Macarena, respectivamente, anoche en Sevilla.

Sergio Sopeña y José Antonio Fernández Cabrero, hermanos mayores de la Esperanza de Triana y la Esperanza Macarena, respectivamente, anoche en Sevilla. / M. G. (Sevilla)

Con sencillez, naturalidad y buen ambiente. Así transcurrió la jornada de convivencia entre las juntas de gobierno de las hermandades de la Esperanza de Triana y la Macarena, un asunto que trasciende la realidad estrictamente cofradiera. Fútbol para empezar y convivencia para echar el resto de la jornada, mucha convivencia. Fue un sábado para el encuentro, la tertulia y la confraternización. Hasta el partido de fútbol acabó en empate (3-3), presagio de una jornada que, como siempre, fue memorable. La manida dualidad de las Esperanzas es para los poemas y prosa de guante blanco, muchos de ellos ciertamente hermosos, pero la realidad es para las letras que no necesitan metáforas, adornos ni retorcimientos pretenciosos del lenguaje. ¡Cuántas grandes empresas no quisieran un sábado de convivencia entre sus trabajadores como el que vivieron ayer los cofrades de la Esperanza de una y otra orilla, siempre la misma, siempre morena y siempre de verde y oro! Tanto decir que las grandes hermandades funcionan como grandes sociedades, por los miles de hermanos que tienen y el número de trabajadores y el peso social que atesoran, pero quizás ha llegado la hora de que ciertas entidades, empresas y clubes sean los que se miren en estas hermandades. Tienen un grado de exposición pública mucho mayor, un calendario de actos a veces incompatible con la vida laboral y familiar de sus dirigentes y todo, absolutamente todo, lo hacen desinteresadamente. 

Sin necesidad de gurús, expertos en "sinergias" y otras estulticias propias de consultores que emboban a ingenuo con estupideces sesudas para que emerja del cesto la serpiente del engaño, dos hermandades de Sevilla hacen un sábado lo que hay que hacer sin necesidad de mirar ningún manual de creación del buen ambiente de trabajo: jugar al fútbol y echar unas horas de convivencia posterior. El fútbol une y la cerveza sella. Y con la tarde vencida preguntamos a los hermanos mayores, en los que se miran tantos de sus homólogos de Andalucía, cómo se desarrollaba la jornada. Y estaban felices. Los rostros de la concordia, el mejor ejemplo de esa cultura del pacto que tanto echamos en falta en otros ámbitos. 

Los siglos contemplan a las dos hermandades. La devoción a la Esperanza los une. No se había inventado el balompié, no había llegado por la hermana provincia de Huelva, y ya se sumaban décadas y más décadas de plegarias elevadas a la Esperanza. Sí, ayer jugaron al fútbol, rieron, convivieron, rezaron mucho, se fusionaron en una única hermandad y forjaron quizás sin pretenderlo una jornada para el recuerdo y un modelo de convivencia que trasciende más allá de la Sevilla cofradiera, de las páginas moradas, de los boletines... Porque no se dan importancia, pero organizan horas y horas de unión fraternal imposibles de concebir en muchos colectivos. La Esperanza está hasta en los pucheros. Y en el fútbol, y en en ese tercer tiempo donde se despeñan las chapas de los botellines como cuentas del rosario. Porque también se ora. Y se ríe a carcajadas. 

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