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La ciudad y los días

carlos / colón

El tesoro del Rocío

DESDE el viernes hasta mañana el Rocío vive sus cuatro días grandes. Es, no hace falta recordarlo, un tesoro religioso, cultural, histórico y folclórico -en el más serio sentido del término: el conjunto de creencias, costumbres y creatividades tradicionales de un pueblo- de la mayor importancia. Lo religioso está fundamentado en el sabio y hermoso rostro de la Virgen, razón primera y más importante de la pervivencia de esta devoción a lo largo de siete siglos (a los que se pueden añadir otros dos si nos retrotraemos a la primera puesta al culto de la Virgen en 1262). Cuando en 1653 Almonte vinculó con acierto este rostro que encierra todo el arte y la sabiduría medieval -una cantiga esculpida- a la advocación de Rocío y la fiesta de Pentecostés, el fascinante misterio sagrado que expresa la imagen de la Virgen adquirió todo su significado. Esta es su fuerza y su inagotable capacidad de atracción. No se equivoque nadie. Sólo la fiesta -romería, cante, baile, bebida, figuroneo- no mantiene en ininterrumpido crecimiento un fenómeno a lo largo de más de 700 años.

Las 114 hermandades filiales, más las que esperan su reconocimiento por la Hermandad Matriz de Almonte, no han crecido porque la gente tuviera ganas de cantar y bailar unas sevillanas, tocar el tamboril, hacer una excursión campestre o coger una papa. Nunca como ahora las oportunidades de divertirse y las ocasiones de excederse a lo largo de todo el año han sido tantas. Y nunca como en los últimos 50 o 60 años ha crecido tanto la devoción a la Virgen del Rocío y se han multiplicado las hermandades.

Hasta el siglo XX sólo existían nueve hermandades del Rocío. Entre 1900 y 1959 se crearon 23; y entre 1962 y hoy, 82. Sucediendo todo en un país en constante proceso de modernización, bajo realidades políticas muy distintas y con mayor fuerza cuantas más grandes son las libertades democráticas (de las 114 hermandades, 66 han sido fundadas en la democracia que actualmente disfrutamos). Parece evidente que se trata de una devoción viva y pujante, no del lastre de un pasado supersticioso en el que las romerías y las fiestas tradicionales eran una válvula de escape y la única ocasión de divertirse.

Su raíz histórica se remonta al reinado de Alfonso XI. En cuanto a su importancia como tesoro patrimonial (no sólo popular) andaluz y su extraordinaria belleza, nada hay que añadir: basta tener ojos no cegados por prejuicios para apreciarlas.

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