El tesoro del verano

18 de agosto 2025 - 03:07

Busco una mirada amable, algo que me reconcilie con el verano y sus desoladores incendios que me llenan de angustia, de rabia e impotencia, de preguntas apocalípticas, de abismos. El verano no es sólo una efímera parada que concluye antes de que llegue. No es pensar de noche lo que luego no hacemos durante el día. El verano es también la estación en la que nos sumergimos en el dulce placer de la pereza, de la contemplación, de la charla prolongada y sin término, de la lectura atenta y sin remordimientos, del amor distraído y a la vez cuidadoso. Quizás el verano sea, por encima de todo, la estación de la amistad, de dejar los sentimientos más nobles y dorados, como los campos, agostados, sedientos de un verdor renovado y a la vez antiguo, terreno sabio de su labrantía incluso en época de barbecho.

Voy apurando el corto camino del verano recogiendo a mi paso las conchas más preciadas de esta playa luminosa e inabarcable que es la vida. Quiero hacer con ellas un valioso tesoro para soportar el largo invierno. Ya tengo las manos llenas de los más variados colores. Recogí los “no se te olvide” de todos los años que repitió mi mente despistada al hacer las maletas; los abrazos de quienes me aguardan de año en año para hacer mis días más dichosos, el primer baño en el mar hasta sentir el frío de la felicidad que en mí siempre es desconfiada y temerosa, la espera impaciente de la llegada de los amigos, los paseos mañaneros acompañados de brisa amable, de conversación y de amor, la copa antes de comer, la siesta robada, los jóvenes ojos de sueño de quien aprende a vivir la noche. Mi adorado levante. Las disimuladas lágrimas de despedida. La vuelta. También he recogido voces: la majestuosa de Tía Juana la del Pipa cantando a la eternidad, la subyugante de Ezequiel Benítez envuelta en sus manos soñadoras de grandeza. Y tiene mi pequeño tesoro la perfección de algunos párrafos de la novela El polaco de Coetzee. El vuelo espantado por el ruido de una sirena intempestiva de los pájaros que duermen frente a casa. El último sorbo de una copa de jerez en la que el hielo ya se ha deshecho. Mi tesoro retiene el olvido de las ideas fugaces, los pensamientos furtivos y las palabras escritas en este aire cálido que se escapa entre los dedos. Guarda el tesoro silencios y el frío misterioso de una iglesia vacía. Y el hallazgo de esos, vuestros ojos, que me leéis entrelíneas.

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