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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

Azul Klein

Charo Ramos

chramos@grupojoly.com

El tiempo demorado

La vida transcurre lenta en Casa Eme y en los veranos de la infancia, pero en política hay que ofrecer respuestas

Tras conocerse el cierre del bar de las codornices de la calle Relator, los parroquianos de Casa Eme parecen aferrarse con más fuerza a ese mostrador de acero inoxidable donde reposan los vasos y platillos por lavar que Emeterio Serrano recoge en sus salidas del cuartito de los fogones donde repiquetea el aceite de las gambas al ajillo.

Cercana la edad de su jubilación, los clientes temen encontrarse algún día el temido cartel de "Se traspasa" y extreman las alabanzas a esta bodega que, si bien abrió en 1991, parece integrada desde hace un siglo en el paisaje de la Puerta Osario, con su hechura de ventorrillo a la salida del municipio, sus fieles del barrio y tantos otros que hacen una parada en el regreso a lo que antes eran sus pueblos y hoy son ciudades dormitorio de una Sevilla mutante que se expande.

Tan importante como lo que se ofrece, desde el montadito de gambas a las coquinas pasando por las almendritas fritas, aquí lo que iguala y diferencia es el modo en que se pronuncian y demoran las viandas, lo que se debe y los saludos corteses. La coletilla "mi arma" es un poderoso salvoconducto a menudo subestimado. Por mucho que se tengan ocho apellidos sevillanos el don de decir "mi arma" sin que resulte impostado no está al alcance de cualquiera, del mismo modo que para pronunciar la "ch" aspirada de Cádiz hay que haber sufrido muchos días consecutivos de levante y hasta un poco de hambre en alguna rama del árbol genealógico, como prueban los personajes de Entre dos aguas, magistral película de Isaki Lacuesta que proyecta el cine de verano de Diputación en una de las noches más calurosas del año.

Eme pronuncia "mi arma" y, como si repartiera agua bendita, los clientes renuevan su fe en la espera paciente del cóctel de mariscos. La vida es eso que pasa mientras aguardas que él diga el número de tu mesa por su megafonía casera o saque la tiza para cerrarte la cuenta. Ese tiempo demorado de los deseos embelesados que tanto se parece a los veranos de la infancia.

La vida, en cambio, no debería ser esa bicicleta que está a punto de arrollarte al salir en la curva con Escuelas Pías, esas prisas y esa mochila amarilla tras las que se intuyen jornadas muy mal pagadas y riesgos laborales, o ese nuevo ERE en tu sector que le quita el sueño a tanta gente a la que admiras. Bien harían los políticos que estérilmente debaten estos días sobre el estado de la nación en asomarse a las precarias realidades que se expanden por nuestra sociedad al amparo del libre mercado y la competitividad, y ofrecer respuestas antes de que la clase media deje de creer en su particular paraíso y les dé para siempre la espalda. Ahí no hay tiempo que perder.

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