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Periodista

En mi tiempo

Decimos "en mi tiempo" y queremos decir cuando fuimos jóvenes, o sea, "nosotros los de entonces"

Con casi cien años Ramón Carande (llamarlo Don Ramón en su caso era algo natural, nada impostado) estuvo al tanto de la calle de lo que pasaba hasta casi el último de sus días. Que sus conversaciones no eran sólo historias del pasado, aunque tantas sabía, puede dar fe uno de sus acompañantes ocasionales al que llamó y trató como amigo, Paco Correal, amigo y reconocido profesional de este diario. Otro tanto ocurría con otro antiguo director del Archivo de Indias, el senador José de la Peña Cámara, o su compañero de filias y fila socialista Julián de Zulueta primer alcalde de Ronda tras la dictadura, eminente galeno experto en enfermedades tropicales, sobrino de Besteiro e hijo de uno de los ministros de la República. Los tres eran Historia viva y lúcida y los tres mostraban enorme curiosidad por todo. O (ahora sabemos con certeza que se nos fue salvajemente pronto) Plácido Fernández Viagas, juez y primer presidente de la Junta de Andalucía que con una biografía apasionante a sus espaldas no dejaba de polemizar y preguntar por cualquier asunto ya fuera de Leyes, su pasión, o de teatro, de música. Cuentan que el brasileño Jorge Amado yendo una vez en avión con su mujer y atravesando una zona de turbulencias más que alarmantes pidió a gritos el periódico del día porque "no quería morir sin saber lo último que había pasado". Es una anécdota que cuenta Pilar del Río, presidenta de la Fundación José Saramago, ese Nobel de Literatura que ejerció el cargo como si lo fuera de la Paz, ocupado y preocupado por el dolor ajeno hasta su último aliento. Ninguno de ellos dejó de vivir su tiempo. Es algo que me digo una y otra vez, mientras discuto con las siemprevivas Pilar, ya mencionada, o Amparo Rubiales, porque no hay expresión que me moleste tanto como ese " en mi tiempo" que, he de reconocer, a veces se nos escapa a las que ya hemos andurreado unas cuantas décadas. ¿Cómo se mide ese tiempo al que presuntamente pertenecemos con fecha de caducidad? ¿Somos activos en nuestra realidad en la franja de los treinta a los cuarenta? ¿O es a los cincuenta cuando el mundo ya deja de pertenecernos? ¿Cuándo dejamos de ser protagonistas del presente y alcanzamos la ilustre categoría de álbum de recuerdos de nuestra propia vida? Vale que fuimos moderadamente punkis, por ejemplo, pero eso no nos condena a vivir amarrados a la cresta azul en la cabeza, faltaría. Haber crecido cuando crecían Muñoz Molina o Lluís Claret no nos invalida de sentir tan propios y tan cerca a Sara Mesa o Javier Periánez. Decimos "en mi tiempo" y queremos decir cuando fuimos jóvenes, o sea "nosotros los de entonces", en poema de Neruda que remató Gil de Biedma "aunque a veces nos guste una canción".

Y en realidad nunca sabemos más del tiempo que, citando esta vez a Caballero Bonald, cuando somos, precisamente, "el tiempo que nos queda".

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