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Las tiendas perdidas

A la gente le gusta que los comercios estén abiertos, pero para eso es necesario que compren más

Todo articulista que se precie un poco (entre los que me incluyo, modestia aparte) habrá escrito a lo largo de su trayectoria varios y muy sentidos textos sobre el fin del comercio tradicional. En Sevilla es imprescindible, pues en caso contrario los lectores pensarán que eres un papafrita, sin sentimientos, sin sensibilidad, un desalmado que no captó la belleza sutil de las antiguas tiendecitas de la plaza del Pan y sus aledaños. En fin, un monstruo de los malos, que nunca se parecerá a Luis Cernuda. Aunque casi nadie se parece, la verdad, pues sólo él fue capaz de escribir Ocnos.

Es sabido que las ciudades ya no tienen el mismo paisaje comercial que hace unos años. Por ejemplo, en los aledaños de la plaza del Pan ya no verán las mismas tiendas que en los años 60 del siglo XX, cuando tampoco había las mismas que en los años 20 del citado siglo. Unos negocios abren y otros cierran. No sólo ocurre en Sevilla. Pero eso no se puede ver tan fríamente. Nos aferramos a una saludable dependencia nostálgica. En el fondo, es una forma de recordar la juventud perdida.

Entonces hay que plantear la pregunta de marras: ¿por qué cierran los comercios? Principalmente, porque a la gente le gusta que estén abiertos, pero para eso es necesario que compren más, no viven del aire puro. Y porque en los últimos años han tenido dos enemigos muy poderosos: los nuevos alquileres y el maligno internet. Con los alquileres no se valora el esfuerzo. Por ejemplo, fíjense en la Cerería del Salvador, de la familia López, que ha cambiado tres veces de sitio para no mudarse al quinto pino. Pero es difícil, si se considera que la gente se conforma con parafina de bazar chino y no compra cera virgen; y que el incienso de los Tres Reyes, aunque se vende, debe competir con el Nag Champa, que se quema en varitas y no necesita pastillas de carbón. Cosas así.

No se valora a estas personas, al revés. Otro caso: mi amigo José Manuel Peña mantiene dos tiendas de Jardilín en la plaza del Salvador y en la calle Francos, y una mercería en Puente y Pellón, pero cuando cerró Confecciones Peña y alquiló el local de la calle Córdoba, hasta lo criticaron. Cuando otras familias se han ido de mutis, y se ausentaron, y ya está, y punto final.

Y luego resulta que muchos de los que se lamentan compran en Amazon, o en Zalando, o donde sea digital. Mucho Paypal, y a quejarnos porque están cerrando las tiendas. ¡Viva el comercio tradicional!

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