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Punto crítico

setefilla / r. Madrigal

La tiranía de las redes

INCENDIAR las redes con una opinión que roza los límites de la falta de respeto es una de las dinámicas más criticables de los últimos tiempos. El espacio alegal en el que se encuentra Internet, no sujeto a norma alguna, hace que la Justicia ande lenta a la hora de acotar los diversos delitos contra la intimidad personal, el honor y la propia imagen que se produce en este ámbito tan abierto. Una cosa es bucear en las redes sociales de alguien buscando un punto que le pueda sobrar a una i, siguiendo un claro ejemplo de propaganda política, y otra muy distinta es jactarse de las diferentes circunstancias con las que lidiamos a diario en esta sociedad que se define como libre y que, a pesar de sus avances y el autoconvencimiento, lo cierto es que cada vez lo es menos.

Los perfiles sociales permiten a más de un descerebrado enmascararse para decir las burradas más atroces, que en ciertas ocasiones se venden como ideología. Las ideas y la humanidad son dos realidades completamente diferentes y ya hace mucho que no van de la mano la una de la otra -y menos mal-. Por eso es esencial averiguar quién se esconde cobardemente detrás de un perfil que sirve como escudo para proferir insultos contra las personas, ya sean públicas o no, solo por su condición sexual, su inclinación política o su profesión. La libertad de expresión roza su versión más macabra en el espectáculo de Twitter con 140 caracteres que pueden suponer el acabose o la gloria de cualquier listillo. Hace tiempo que se oye decir que con la aparición de esta herramienta todos los ciudadanos se han convertido de la noche a la mañana en periodistas experimentados que, de repente, tienen mucho que decir y poco que callar. Pero si en el periodismo no existen códigos deontológicos claros, en los espacios digitales, todavía menos. Ahí está el peligro de una herramienta de progreso que en ciertos aspectos nos retrotrae al neandertalismo más beligerante sin que nadie, al menos de forma efectiva, pueda hacer nada por evitarlo.

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