DERBI Betis y Sevilla ya velan armas para el derbi

La tita

Elena Fortún retrata con dolor y maestría el fin del sueño de la mujer moderna: el matrimonio como la única salida respetable

Pruebe a explicarlo a un menor de 30 años y tendrá más dificultades que hacer un resumen de Atapuerca. Al menos le mirarán con el mismo asombro como si usted fuera un marciano o alguien recién descongelado tipo Walt Disney. Hablo de una figura femenina que a los nacidos después de los 80 les parece más inverosímil que Mary Poppins sacando de su bolso de viaje todo el avituallamiento del Titanic, pongo por caso. La tita, en perfecto andaluz con aroma alvarezquinteriano y a sábana recién planchada, la tata en otras latitudes aunque este nombre también se refiere al servicio doméstico al que se ha cogido cariño. Hace años me dio por coleccionar esquelas y guardé una de una señora de mucho ringorrango que terminaba la lista de deudos con "y su fiel Tona", sin aclarar si se refería a una hembra de mastín de buenas pulgas o a una asalariada de leales virtudes. La tata podía ser, efectivamente -de Despeñaderos para arriba- esa tita que tanto dice añadiendo solo una t al nombre de esa familiar próxima, hermana del padre o de la madre. Ínfimamente más dulce y más carnal, porque tías hay muchas pero titas pocas, si acaso una, esa una que antaño en lugar de vestir santos servía pecadores, o sea de un cuerpo de casa muy barato, hablando desde la brutalidad de la economía y no desde los afectos. El escritor Fernando Repiso rescata esa figura, tan de Aldecoa, en su novela Seis mujeres seis, su estreno como un novelista que, háganme caso, ha venido para quedarse. En su caso la tita ejerce una indudable influencia emocional desde la extravagancia de su cabeza perdida, el retrato de lo que esta larga vida que nos espera hace, previsiblemente, de muchos de nosotros: salud de hierro y cabeza a pájaros, con todo lo dramático que eso supone aunque no en el caso del personaje de Repiso que transita por una lúcida falta de presunta lucidez.

Qué fue de los sueños de tantas y tantas mujeres que, guardado y ajado el ajuar en algún cajón, pasaban a ocupar un lugar de asistencia, bien a los padres envejecidos bien a la hermana o hermano que sí habían formado una familia como a la que debía aspirar a pertenecer una mujer. La Premio Nacional Mary Ángeles Durán fue pionera en los primeros años 70 en cuantificar y valorar el trabajo invisible de las mujeres, de las amas de casa según la sociología. Pero ¿y ellas? ¿Y las titas, añadidas perpetuas, sin anillo ni lugar preferencial en la mesa o en las fotos del álbum? Alguna seguro que fue feliz. En Celia institutriz Elena Fortún retrata con dolor y maestría el fin del sueño de la mujer moderna: el matrimonio como la única salida respetable. La seguridad como única ambición. Y las titas como convidadas de piedra, a veces muy queridas, pero a las que nadie preguntó si tal vez hubieran querido enrolarse en un barco y dedicarse, un ejemplo, a atisbar ballenas en los mares del Sur.

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