Si nos tocan las palmas

Porque la alegría contagia, porque el baile es la mejor convocatoria para sentirse vivo. Y acompañado

Aunque llueva. Qué ganas de calle teníamos. No es preciso cruzar eme treintas o el río para comprobar las ansias de terraza, de aire, de gente, de charla y bebidas, de bebidas y charla que tiene Sevilla después de ese séptimo infierno que fue el confinamiento. Verdad que, si paseamos por el centro, un buen número de viandantes hablan en otro idioma, ese inglés-esperanto y - comprobación personal e inexacta (tipo encuesta que se hace para que te dé la razón)- en italiano. La avenida de la Constitución parecía Las Ramblas, en agosto, el viernes por la noche, de tanto avanti, grazie tante y andiamo prendere qualcosa. Pero si abandonamos el escenario monumental y andurreamos por los barrios (los otros, como si el centro no lo fuera), las calles también están petadas, aunque en ese caso sin banda sonora. Me explico: una de las fortalezas de esta ciudad es su público. Sí. Tenemos una belleza de postal, Historia, monumentalidad mestiza, aura exótica y una cantera creadora que nos convierte en lugar atractivo de visita. Pero sobre todo tenemos un público - el jugador número doce- que es el ingrediente básico para escuchar música, sea vernácula o no. El arte es el arte, aquí y en el desierto de Atacama que tan bien ha contado Eduardo Jordá, pero el público (no es repetición sino insistencia) es un motivo de fuerza para venirse desde las Antípodas. El citado viernes lo comprobé, y mira que no tenía yo el mejor de mis días. Llegaba tarde a un sitio, había compartido vagón en el Metro con señora gritona que hablaba por su móvil a cinco milímetros de mi oreja y en el andén, ya para salir pitando, un grupo de mozalbetes actuó como la muralla china, imposible atravesarla. Echaba humo. A lo lejos oigo - Aquí te quería yo ver Job- reguetón. Y un claxon. Leve, pero insistente, como llevando el ritmo. Era el tranvía. Acercándome vi la causa: un muy respetable número de peña - de todas las edades- bailaba en la mitad de la calle. Ni italianos ni ingleses ni americanas ni alemanes. Nosotros. Sevillanos bailando. Vaya. Me aguó el mal talante. Porque la alegría contagia, porque el baile es la mejor convocatoria para sentirse vivo. Y acompañado. El conductor del tranvía pedía paso, pero sonreía. Cómo seguir avinagrada con semejante espectáculo. Seguí avanzando, unos metros más allá, otro grupo seguía el ritmo de una cantante de folk. Y casi en la esquina con Plaza Nueve cinco o seis bailarines animaban a los mirones a sumarse a una suerte de breakdance. Otra vez baile. Otra vez palmas.

La ciudad habitada. Además de los extraordinarios Monkey Week, las programaciones del Fibes, Cartuja Center, el Maestranza o los saraos de Linde-Suite, Sevilla baila. En la calle. Y no precisamente sola, sino muy acompañada. Nos tocan las palmas y nos ponemos a vivir.

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