Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

La tormenta y los paraguas

Los bares de Sevilla están seriamente heridos por el virus y hacen bien en defender su negocio, pero no son los únicos

Andan los bares de Sevilla -mejor dicho, sus dueños-, irascibles y enfadados por cómo se les ha puesto el panorama. No es para menos. Lo que tienen por delante es de aúpa y consideran, con sobrados argumentos, que necesitan que desde el Ayuntamiento, la Junta y hasta el Obispado si hace falta les echen una mano o que, por lo menos, no les pongan zancadillas. Los bares en Sevilla no son un asunto menor. Todo lo contrario. Cualquiera que conozca algo la ciudad y la viva en la calle, que es la forma más sevillana de vivir, sabe que estamos hablando de un sector que mueve dinero, proporciona empleo como pocos y constituye, desde siempre, el modo favorito de socializar de los que aquí viven. A los sevillanos, salvo excepciones, les gusta poco abrir sus casas a los que nos sean de verdad íntimos y los bares constituyen el espacio neutral en el que la relación es agradable, sobre todo porque Sevilla está llena de buenos bares y magníficos profesionales que hacen de ellos templos del saber estar.

Pero a los bares se les ha venido encima una debacle en forma de virus que ataca precisamente la parte medular de su negocio: el encuentro social. Eso de mantener a toda costa la distancia de seguridad, de tener que desinfestar mesas y sillas cada vez que alguien se levanta o trabajar bajo sistema de reservas es algo que va en contra de la propia naturaleza de lo que les ha servido toda la vida para ganar dinero. De ahí que se comprenda perfectamente su alarma y que pidan, sin tapujos, un trato de favor al que la Junta ha sido sensible ampliando sus horarios hasta las intempestivas, para según que tipo de establecimiento, tres de la madrugada, o que el Ayuntamiento les esté dejando montar más veladores.

Y todo eso está muy bien. Sin embargo, llevados de su comprensible preocupación, están cayendo en el error de pensar que la desgracia que le ha caído encima no afecta a los demás. Que les pregunten a los dueños de las tiendas de ropa, a todo el pequeño comercio de Sevilla, a los que habían invertido sus ahorros en pisos turísticos o a los miles de trabajadores que no saben si sus ERTE van a perder más pronto que tarde la T de temporal. Por eso parece que sobreactúan cuando amenazan al alcalde con un cierre porque la Policía Local cumple con su deber e inspecciona y multa, cuando piensan que la calle es sólo suya para poner veladores hasta la hora que a ellos, y no a los vecinos y a su descanso, les venga bien o estigmatizan en las redes sociales las opiniones que no les gusta.

Aquí la tormenta está calando hasta los huesos a todo el mundo y no conviene que algunos se crean con el exclusivo derecho a que les den un paraguas.

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