Cuaresma de pesadilla la que estamos pasando desde aquel Miércoles de Ceniza en que el fantasma del coronavirus era sólo eso, un fantasma. Fantasma inofensivo que campaba a sus anchas en tierras tan lejanas que parecía impensable que fuese a influir en nuestras vidas. Arrancaba la Cuaresma, Jesús ya se había retirado al desierto a prepararse para la Redención y nosotros íbamos de un acto a otro. Y entre acto y acto, uno muy entrañable bajo la excusa de las bodas de oro matrimoniales que iba a celebrar el convocante, que no era otro que Rogelio, el eximio tabernero de Plaza Nueva. Un cuarto de cabales con media docena de comensales y entre ellos un querido compañero que anda a machetazo limpio en una habitación de hospital. Sé, Paco, que vas a ponerte bien, pero quién iba a imaginar aquella tarde nada de lo que nos traería esta puñetera Cuaresma.
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