palabra en el tiempo

Alejandro V. García

¡Es una trampa!

LA austeridad es una trampa, ha sentenciado la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en un informe desmoralizador para quienes han hecho del recorte (ya sea aplicándolo por sí mismos o por persona interpuesta) el único recurso para desbrozar la selva que nos está asfixiando. La austeridad, añade el informe, ha afectado al crecimiento y al empleo en el corto plazo y, por el momento, no se ha traducido en una reducción significativa del déficit fiscal. Es decir, no sólo no ha logrado acercarse a los objetivos primarios sino que tampoco ha rozado los conclusivos. Raymond Torres, director del instituto Internacional de Estudios Laborales de la OIT, ha rematado la faena con un diagnóstico general que parece, sin embargo, inspirado en una radiografía ideológica de Rajoy y de sus ministros de Tijera: "Se pensaba que esos recortes iban a fomentar la confianza y la inversión, crear mayor crecimiento en algún momento y empleo, pero en realidad lo que está pasando es que sigue cayendo la confianza y la inversión".

No hay atutía (que era un antídoto escaso para contrarrestar el veneno que inoculaban ciertos animales). La receta que exigen los mercados (y que siguen Merkel, Sarkozy y Rajoy) es ineficaz no porque lo diga la teoría sino porque lo demuestra la práctica con hechos irrefutables. La monomanía del tajo de los viernes no sólo no ha repercutido en la confianza de los inversores hacia España (que exigen más y más) sino que ha desbaratado la línea vertebral que sustenta el programa económico con que el PP ganó las elecciones. ¡Hasta Merkel ha aceptado matizaciones!

Ayer, víspera del Primero de Mayo, fue en cierto modo un día de desengaños, una especie de desmentido del viernes negro que Rajoy quiere instituir por los siglos de los siglos. El INE proclamó oficialmente el estado de recesión en España tras acumular dos trimestres seguidos de caída del PIB. Y Standard and Poor's, aprovechando el desconcierto absoluto, aprovechó para rebajar la calificación a once entidades bancarias, entre ellas el BBVA y el Santander. Ahí es nada. ¿Qué está pasando? El ministro Luis de Guindos a lo más que llegó ayer fue a comparar la economía con un buque (¿el Titanic?) y abogar por un cambio de estrategia económica: sustituir el ladrillo por el conocimiento. Lo dice el miembro de un gobierno que ha incentivado discretamente (pero incentivado al fin y al cabo) el renacer inmobiliario y cortado frenéticamente el presupuesto destinado a becas, a investigación y, en su conjunto, a formación. ¿Está claro?

La OIT ha dicho que la austeridad es una trampa pero no ha identificado al trampero ni a las víctimas. Tomen todos un boli y apunten.

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