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La lluvia en Sevilla

En tranvía

La ampliación del tranvía redundaría en descongestión, mejor conexión y menos contaminación

Santa Marta, Santa Marta tiene tren/ Santa Marta tiene tren, pero no tiene tranvía", cantiñeo siempre que me subo al tranvía en Plaza Nueva. Nunca me da tiempo a acabar de susurrar este alegre son colombiano antes de llegar a San Bernardo; de hecho -lo tengo cronometrado- me bajo del vagón en el último estribillo, "Si no fuera por las olas ¡caramba!/ Santa Marta moriría ¡caramba!", dándome un tímido meneíto por la calle cada vez que suelto un "¡caramba!". Con ello no quiero decir que el tranvía sea muy veloz, con la bici puede alcanzarse su velocidad, y ello bien me parece. Lo que quiero indicar es que el trayecto es exiguo, prácticamente residual, a todas luces insuficiente. Eso sí, da un paseo por la zona más despampanante de la ciudad, su noble recorrido puede hacer prescindir a los turistas del bus descapotable que los lleva por la Ronda y por Pagés del Corro, que a todas luces hoy son avenidas menos vistosas. Por sí mismo, el único recorrido que realiza actualmente el tranvía de Sevilla me parece simplemente representativo, algo así como una muestra para que los sevillanos soñemos durante el trayecto cómo sería una ciudad que recuperara su romántico trazado tranviario. Tienen los tranvías un encanto distinto del resto de transportes públicos. Habrá quien, al subirse al nuestro, se imagine que está en Lisboa. A mí en cambio se me antoja que estoy en Ámsterdam -sólo me falta escuchar los nombres de las paradas en neerlandés-, pues lo que más me gustó de su red de tranvías es que dota a la ciudad de una calma como sinfónica, que se echa mucho de menos en la Sevilla bullanguera. Los sonidos agradables y amortiguados, frente a los voltios, los bafles y los berridos, son signo de una delicadeza social de la que estamos escasitos.

En estos días, las obras de la Magdalena han hecho emerger los raíles del viejo tranvía, y con él, la memoria de esos vecinos que siempre me cuentan con los ojos muy abiertos cuando el tranvía atropelló a la Virgen de la O a la altura de la calle San Jorge. Cuenta Ana S. Ameneiro en la excelente información publicada en este diario, que antaño el tranvía llegaba hasta Camas, San Juan, Coria, Gelves y La Puebla del Río. Frente a quienes opinan lo contrario, sostengo que la ampliación del tranvía -realizada con sentido común, de forma complementaria a otros transportes públicos, pensada para resolver las importantes lagunas en interconexión que padecemos- sería bueno para Sevilla, haría de la ciudad un lugar menos contaminado, descongestionado, mejor conectado, más -nuevamente-- armonioso. Un tranvía en vía muerta, o como recuerdo en el centro de lo que podría ser (y no es) viajar por toda la ciudad, no es suficiente. El valor del uso del tranvía ha de ser mucho mayor. Y aún está -quién sabe si para siempre, como parece el caso del tranvía de la ciudad de Jaén- por realizar.

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