La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La felicidad de fundar un colegio con éxito en Sevilla
No hay tópico que no encierre una verdad. El de que a Sevilla no se le ha puesto una mano encima desde la Exposición Universal de 1992 es, además, una realidad constatable por cualquiera que viva en ella o que la visite con frecuencia. Se agolpan los datos, que no por más repetidos son menos sangrantes. Seguimos, cuando se cumple el primer cuarto de siglo XXI y la Expo queda más de tres décadas atrás, sin una red de metro, sin una carretera de circunvalación digna de ese nombre, sin una conexión directa entre la ciudad y el aeropuerto, con obras que se eternizan como la del puente del Centenario y, no hay que olvidarlo nunca, con los barrios de España que marcan el récord de pobreza, exclusión y marginación social. Todo ello, en medio de una enorme indiferencia general, incluida en un lugar muy destacado la de los propios sevillanos y sus representantes políticos.
Quizás en estos momentos el símbolo que mejor representa la degeneración de Sevilla en los últimos treinta años se pueda ver en sus trenes. Fuimos los adelantados de alta velocidad, en una decisión muy arriesgada que se hizo mirando a la vertebración del país y que fue un éxito. Porque cumplió esa misión de acercar Andalucía a la capital política y económica de España y porque funcionó durante años con unos estándares de calidad y eficacia que rondaban la perfección.
Pero la alegría, ya se sabe, no dura mucho en casa del pobre. Hoy el AVE en particular y la red ferroviaria de Andalucía, en general, son una triste sombra de lo que fueron. Cualquiera que utilice sus servicios con alguna frecuencia acumula ya un largo historial de retrasos, paradas en medio de páramos, sin luz ni aire acondicionado en los vagones, trenes cancelados, masificación y falta de información en las estaciones...
La Renfe de hoy (y en esta denominación hay que incluir a la propia operadora, a Adif y al Ministerio de Transporte, que cobija a ambas) se parece cada día más a la que en los duros años cincuenta y sesenta servía para que La Codorniz hiciera chistes a cuenta de retrasos y mal servicio. Volvemos a la misma situación, pero ya sin que La Codorniz se lo tome a cachondeo. ¿Por qué esta cuesta abajo que parece no tener fin? No esperen explicaciones de un ministro, Óscar Puente, que haría mejor papel en la barra de una tasca con un palillo entre los dientes que al frente de las infraestructuras básicas del país y que utiliza la chulería marca de su casa para decir que los trenes nunca han funcionado tan bien.
No les quepa duda de que todo tiene que ver con falta de inversión en mantenimiento y renovación y con decisiones políticas que nunca se deberían haber tomado. En Sevilla hemos sido testigos de cómo se puede degradar un servicio público y de cómo para ir de la excelencia al fracaso sólo hace falta tiempo. Perdimos la calidad del AVE como perdimos los cielos que evocara Romero Murube. Ni los unos ni los otros van a ser recuperados.
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