La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

La tribulación del Papa

Con valor y dolor el Papa lucha para que se denuncien y erradiquen los abusos cometidos o silenciados

Se ha publicado un libro cuya lectura estimo recomendable, incluso imprescindible. Se llama Las cartas de la tribulación (Herder Editorial) y lo firma el papa Francisco.

En su primera parte incluye un texto escrito en 1987 por el entonces sacerdote Jorge Mario Bergoglio -La doctrina de la tribulación- presentando ocho cartas escritas en los siglos XVIII y XIX por dos padres generales de la Compañía, Lorenzo Ricci y Jan Roothan, cuando la Compañía fue suprimida por el Papa Clemente XIV en 1773 quedando disuelta durante 40 años. Bergoglio recurrió a estas cartas en una década difícil para la Compañía, gravemente enfermo desde 1981 Arrupe -cuyo proceso de beatificación acaba de iniciarse-, intervenida la Compañía por Juan Pablo II y normalizada la situación -aunque no sin dejar heridas- en 1983 con la renuncia de Arrupe y la elección del padre Kolvenbach como Prepósito General.

¿Por qué el Papa las recupera ahora? En la segunda parte se comprende. Bajo el título La herida abierta, dolorosa y compleja de la pedofilia les ha unido cuatro cartas a la Iglesia de Chile y bajo el de Erradicar la cultura del abuso una a las diócesis de Pensilvania, en ambos casos tras denunciarse terribles escándalos de abusos sexuales. Con valor y dolor Francisco afirma su empeño en que la Iglesia afronte, denuncie y erradique los abusos cometidos o silenciados por religiosos y obispos. Lo habitual, por desgracia, era lo propio de todas las instituciones: los trapos sucios se lavan en casa. Pero cuando la suciedad es tanta y los hechos tan graves crece hasta infectar la casa.

En sus cartas escribe Francisco: "El dolor de estas víctimas es un gemido que clama al cielo, que llega al alma, y que durante mucho tiempo fue ignorado o silenciado. Pero su grito es más fuerte que todas las medidas que lo intentaron silenciar o, incluso, que pretendieron resolverlo con decisiones que aumentaron la gravedad cayendo con la complicidad. (…) Con vergüenza y arrepentimiento asumimos que no actuamos a tiempo reconociendo la magnitud y la gravedad del daño que se estaba causando en tantas vidas. (…) Hago mías las palabras del entonces cardenal Ratzinger: Cuánta suciedad en la Iglesia!"... Y en el prefacio da tres claves para acabar con los abusos evitando el victimismo exculpatorio: mansedumbre para reconocerlos y arrepentirse, coraje para denunciarlos y lúcida esperanza para luchar contra ellos.

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