Coge el dinero y corre

fede / durán

La trilogía capitalista

EL capitalismo viene a ser una especie de liga española de fútbol: los poderosos -Madrid y Barça- se expanden en la misma medida en que los pequeños menguan. Esta pirámide es como todas. El que vive en el ático goza de vistas privilegiadas y departe de puerta a puerta con otros potentados siempre dispuestos a un fértil intercambio de favores. Los cimientos de la base, sorprendentemente resistentes, no son de granito sino de barro, y ése es el milagro de un sistema que pese a su morbidez jamás se hunde. Porque las cañerías, los pozos negros y las miasmas están ahí, entre las chabolas de la clase media y baja, dictatorialmente exigida cada vez que vienen mal dadas por los desmanes de arriba.

Cuando la lluvia ácida es excesiva y el inmenso lago de barro se agita, los vecinos del último piso formulan en público un tibio propósito de enmienda sin dejar de exigir a la vez confianza ciega en sus acciones (ya se sabe que el hombre es bueno y generoso por naturaleza, sobre todo en Wall Street). Ante el menor amago de control, tuercen el gesto y escupen las habituales advertencias. No hay mejor alternativa, estúpidos moradores a ras de limo. La selva selecciona a los mejores (Darwin en los altares del neoliberalismo). Protestar es de pobres. Tú también puedes ser uno de los nuestros si eres suficientemente listo y careces de escrúpulos, te alías con un bufete de postín, ubicas tu empresa en Irlanda e inviertes tus ahorros en una de esas Sicavs al 1%, que pagarle a Hacienda no es que sea de pobres sino directamente de pardillos.

El de puerta a puerta es clave. Políticos y jueces, jueces y empresarios, empresarios y abogados, abogados y banqueros, banqueros y famosetes; la araña-motor del capitalismo teje incansablemente esta trama coral para garantizar la existencia de una red en caso de caída. Algunos se despeñan y mueren, claro, pero se trata simplemente de la cortina humeante del pagano, forzado por la élite traidora a sacrificarse por aquello de la higiene de las apariencias.

Al final Marx y Engels tenían razón. La lucha de clases. La base contra el vértice. La moral contra el dinero. Los estúpidos moradores a ras de limo necesitan un Robespierre igual de incorruptible y frenético que el original. Pensaron cándidamente que quizás Obama encarnaba esa figura. En Wall Street se descojonaron. Pensaron, más cándidamente todavía, que al menos Europa, la vieja y regenerada Europa, se atrevería a ponerle puertas al campo de la economía desregulada. Porque Europa, sostenían esos santos inocentes, lleva décadas éticamente por encima de EEUU. Porque no inicia guerras petrolíferas. Porque lo nuestro es el Estado del bienestar, porque Suecia es el modelo, porque aquí el que la hace la paga. El eco de las carcajadas recorre todavía los pasillos de La Moncloa, El Elíseo o la Wilhemstrasse.

¿Salidas? De momento, ninguna. Si el capitalismo ha resistido la II Gran Depresión casi sin despeinarse, habrá que esperar a la tercera parte. Lo malo es que igual ni nos llega para pagar la entrada.

Tags

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios