TRÁFICO Cuatro jóvenes hospitalizados en Sevilla tras un accidente de tráfico

HOY comienza para España la Eurocopa, tercera oportunidad de demostrar la hegemonía de la mejor selección de fútbol del mundo. Durante las próximas semanas -esperemos que sean todas las previstas- este país nuestro del paro, de la ruina y de los nervios abrirá un paréntesis de ilusión, buscará autoafirmarse en la nimiedad del juego, perseguirá el bálsamo de la alegría, esa droga potentísima que, más allá de su causa y de su alcance, resulta siempre asombrosamente eficaz para aliviar penurias y angustias.

Nos coge -qué les voy a explicar yo a ustedes- faltitos de oxígeno, vapuleados por cuantos malos vientos pueden soplar, paralizados por el murallón de realidad que, de pronto, se nos vino imparablemente encima. Nos ofrece -bendita bobada- el regalo de un tiempo muerto, la promesa de unos días amnésicos, despejados de primas de riesgo, deudas millonarias y bancos tambaleantes. Toca divertirse. Con la inconsciencia de los niños y la inutilidad de lo irrelevante, pero divertirse al cabo.

Ignoro si los nuestros serán capaces de culminar el expediente con la ortodoxia requerida: por triplicado, alargando la magia de una generación irrepetible, dueña del secreto de la belleza en esto de la pelotita. Estoy convencido, eso sí, de que nunca como ahora necesitamos tanto de su portentoso sentido de la geometría, de esa forma suya, distinta, mejor y victoriosa, de construir la fugaz eternidad de noventa apasionantes minutos.

Los mimbres están puestos: una orquesta talentosa que se sabe de memoria la partitura; un sistema, para desesperación de los adversarios, consolidado y fiable; un clima blindado a las patéticas intoxicaciones de quienes viven de la polémica y del conflicto; un entrenador sereno que mueve con maestría las piezas de su soberbia maquinaria. Resta, claro, la suerte, el factor impredecible, el ingrediente que, guste poco o mucho, rige a su capricho todos los lances humanos.

Me inquieta, no lo niego, la dimensión que pudiera alcanzar un eventual fracaso y si éste llegaría a sentirse incluso ganando sin excelencia el campeonato. Hay estudios científicos -y si no los hay tendría que haberlos- que demuestran la rapidez y la intensidad con la que el ser humano se acostumbra al jamón ibérico de bellota. Saboreado, ningún sucedáneo puede sustituirlo. Jamón de calidad suprema nos ha servido hasta el momento la Roja y, de faltar, mantengo enormes dudas sobre la sensatez de la reacción subsiguiente de la parroquia. Nos han ido dejando pocos asideros en los que anclar la esperanza y la autoestima, y éste, el más ridículo y el menos utópico, de esfumarse, agrandaría gravemente la depresión del enfermo.

Empieza la Eurocopa, una tontería importantísima, la luz de una cerilla en la negritud del cosmos, una pequeñez tan gigantesca que acaso arriesguemos en ella el aliento, valiosísimo y hasta crucial, de nuestra penúltima sonrisa.

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