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La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

El triunfo de las chanclas

Algunos van vestidos igual para portar un féretro que para bañarse en la playa de Cuesta Maneli

Malos tiempos para el decoro, arrinconado por la comodidad. Malísimos tiempos para la estética, orillada por la funcionalidad. Peores tiempos para el silencio, derrotado por el ruido. El Cabildo Catedral ha tenido que recordar las mínimas formas en el vestir que deben guardar los visitantes. Ni chanclas, ni camisetas de tiranta. En realidad son directrices de recomendable cumplimiento en toda la ciudad. Antes los turistas vestían de turistas. Se hacían bromas con esas sandalias con calcetines que herían los sentidos. Pero ahora todos, sevillanos y forasteros, visten como turistas. Llega el verano y se abre la veda para hacer el indio. No es que la gente acceda a un templo sagrado con las uñas de los pinreles al aire o las pelambreras de las axilas al viento, es que en clubes reputados de la ciudad hay que comer viéndole las verrugas de la espalda al tío de la mesa de al lado o el pecho de hombro lobo decorado con una cadena de oro al que está enfrente. Y no diga usted nada. No se queje porque se quedará en minoría. La chancla es todo un símbolo de los tiempos actuales. Ni los consejos de los podólogos, ni la conveniencia de llevar los pies protegidos, ni la mera razón de higiene, ni por supuesto el denostado respeto al prójimo. Nada. La chancla sirve lo mismo para ir a la piscina que a la consulta del médico, lo mismo para viajar en el AVE que para ir a un entierro. ¿Han visto las imágenes de cualquiera de los últimos funerales que han merecido la atención de las televisiones? La gente viste igual para portar un féretro que para bajar a los baños de Cuesta Maneli. En bermudas, con las gafas elevadas sobre la frente y hasta mascando chicle. No hay diferencias. Es la globalización de la falta de decoro. Hasta hay consejeros de la Junta que acuden descorbatados para dar un pésame. ¡Pobre Cabildo Catedral! Hay que darle muchos ánimos al vicario general, don Teodoro León, para que meta en cintura a los zarrapastrosos que acceden al templo, los mismos que luego ves con los pies desnudos encima del asiento donde después se sentará el despreciado prójimo. Mucho nos tememos que al Cabildo le ocurrirá como a aquel que frotó la lámpara, salió el mago y después se arrepintió y quiso devolverlo al interior. Misión imposible. Estamos en la era de las nuevas tecnologías como vivimos la era del mal gusto, la pérdida de las mínimas formas, las que antaño hacían de lubricante de las relaciones sociales. Si hasta los curas se llaman compañeros en vez de hermanos. Ay, esa foto en la que se ve a señores con chaquetas de verano en el restaurante de la piscina de cierto club.

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