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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

Sueños esféricos

Juan Antonio Solís

jasolis@diariodesevilla.es

El triunfo del futbolista-actor

El buenismo que marca nuestras vidas ha convertido el fútbol en un deporte afectado y desnaturalizado

LAS redes sociales también tienen sus cosas molonas. Los modernos vídeos en alta calidad grabados desde los drones, por ejemplo. Y también los vídeos ya entrados en años, a los que perdonamos su baja calidad por la información que nos rescatan y arrojan a la cara. A esta segunda clase pertenece un resumen, que alguien colgó en Twitter, de un Real Sociedad-Barcelona de principios de los ochenta en Atocha. De azulgrana, con el 10, jugaba Maradona, para el que la pelota no guardaba un solo secreto ni siquiera en el lodazal donde transcurría la batalla. Porque fue una batalla. Las arteras entradas a los tobillos o más arriba, sobre todo al argentino, se sucedían sin que mediaran amonestaciones que aplacara el ímpetu, sobre todo, de los txuri urdin. Sólo al final, después de sacar el hacha más que un aizkolari, vio la amonestación el dorsal seis de la Real.

Si tienen tiempo, busquen un resumen del Yugoslavia-España de la jugada de Cardeñosa y el gol de Rubén Cano, el que nos metió en el Mundial de Argentina. Y asómbrense desde el mismo saque de centro, que ya estalla la primera embestida balcánica.

Aquel fútbol de machos alfas ya no va a volver, como tampoco los anuncios publicitarios con mensajes políticamente incorrectos o aquellos debates, estilo La Clave, en los que uno podía dar su opinión de cualquier tema sin temor a una lapidación pública.

Hoy, el buenismo que rige nuestras vidas ha convertido el fútbol en otro deporte. Literalmente. El tenis o el baloncesto han evolucionado con naturalidad a la par que las condiciones técnicas y físicas de los protagonistas. Pero el fútbol... Me senté a ver ayer un rato el Villarreal-Girona y la tendencia saltó pronto: el jugador-actor, el histrión, el que sea capaz de convertir un mínimo contacto en una agresión o casi, es valor cotizadísimo. La demonización de la fricción. El mírame y no me toques. La vida del pulso digital, virtual y distante. La vida misma.

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