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Cambio de sentido

Los 'trumpitos'

Trump es la fotocopia ampliada del ideal al que aspira más gente de la que pensamos

Díganme por favor que no soy la única, que ustedes también se han topado en la vida con algún Donald Trump. Los hay a manojos. Trumps de bolsillo, de andar por casa, de despacho de oropel, vacilón de chiriguinto caro; gerifaltes de tergalón que de su capricho hacen depender el pan o el aprobado, cátedros de necedad, fanfarrones a la espera de que les riamos la poca gracia, que desprecian al pobre y al distinto y que donde hay una mujer ven un culo y unas tetas, por supuesto a su disposición. No hay más ley ni riles que los suyos. Son los trumpitos.

Donald Trump es la encarnación y hasta la encarnadura de lo que ya estaba encarnado: el inmaduro ignorante chovinista xenófobo machista sin escrúpulos (ay, tomo aire) que alcanza éxito, dinero y, sobre todo, poder. Es la fotocopia ampliada, la escultura crisoelefantina del ideal al que aspira, quizá secretamente, más gente de la que pensamos. Para muestra, un anuncio: Media Markt ha lanzado una Tarjeta Black para descuentos junto al eslogan "¿Quién no ha soñado con sentirse un pez gordo?". La campaña está en la línea provocadora habitual de la marca, pero esta pregunta capciosa conoce en el fondo la respuesta silenciosa y afirmativa de muchos que la leen. Trump les cae muy bien a sus congéneres los trumpitos y a quienes alguna vez han soñado (les faltó suerte o ambición) con llegar a ser uno de ellos.

Reírnos de Donald Trump, casi como una reacción histérica, es facilísimo, está de moda y alivia como un chiste en un velorio. Protestar seria y activamente contra sus políticas, creando conciencia y generando una necesaria corriente de opinión, resulta también relativamente fácil. Lo realmente difícil y valeroso está en parar los pies a los trumpitos de diario, sobre todo si pueden abusar de su poder directo sobre nosotros. Trump es el coloso de los trumpitos y sus prosélitos, pero también el pelele de la Fiesta del Judas, que podemos mantear en catarsis colectiva y mofa de todos los trump que conocemos. Me pregunto si ello nos basta.

A Trump debemos agradecerle toda su obviedad -que no es poca-, su corbata descollante, su incorrección política, su rudeza. Aunque… bien mirado, que personifique, y con tal hechura, los valores de buena parte de su país, modelo y siglo resulta casi sospechoso. El poder moderno no tiene cara o una más amable, y siempre tiene un doble discurso. ¿A qué tanta evidencia zafia y nueva? Como diría mi abuela, "tanta claridad me confunde". Sabia ella.

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