Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Dos tumbas

Tenemos una tendencia irrefrenable a tirarnos la Historia a la cabeza y, con ella, a los muertos

Los españoles tenemos derecho a que no nos resuciten a Franco de tanto en tanto, seguramente cuando no hay nada mejor para distraer a la propia parroquia, como ahora con un Gobierno en una minoría parlamentaria que en la práctica lo inhabilita para desarrollar una acción política digna de ese nombre. Del mismo modo, los sevillanos tenemos derecho a que no nos saquen cada cierto tiempo a pasear a Queipo de Llano, como él sacó un par de camiones de moros a dar vueltas por el centro para hacer creer a los asustados habitantes de nuestra ciudad en julio del 36 que le golpe contra la República ya había triunfado.

Se me ocurren pocos símbolos que retraten mejor la ignominia del siglo XX español que el Valle de los Caídos. Visto desde lejos o desde sus mismas entrañas, refleja como pocas cosas las miserias que arrastró España durante la larga dictadura del general que está enterrado allí bajo una losa de cinco mil kilos de granito. La primera vez que se llega hasta allí da miedo. Pero es una lección de historia escrita en piedra que debería ser obligatorio conservar y enseñar a las generaciones futuras para que comprendan hasta dónde fue capaz de llegar este país en sus odios y en su atraso.

¿Y qué decir de nosotros, de Sevilla? La tumba de Queipo en la Macarena nos pone delante del espejo de la ciudad cobardona y acomodaticia capaz de homenajear a su verdugo sin que se le mueva un músculo de la cara. Queipo y todo lo que este nombre conlleva en Sevilla, nos remite a una página vergonzante de nuestro pasado reciente. Es, como en el caso de Cuelgamuros, una magnífica lección que no deberíamos olvidar.

¿De verdad que nuestro problema ahora debe ser dónde esté enterrado un dictador que murió hace 43 años o un general con delirios genocidas que despareció del mapa hace ya cerca de setenta años? No. Nuestro problema es que tenemos, o la tienen por los menos cierta izquierda y cierta derecha, un irrefrenable impulso de tirarnos la Historia, y de paso los muertos, a la cabeza. Debemos pensar que eso sale gratis y que sirve para descargar tensiones. Pero nos equivocamos: jugamos con fuego aunque no queramos darnos cuenta.

Franco y Queipo donde deberían estar ya para siempre es en la Historia. Ha pasado el tiempo suficiente para que sean los especialistas los que pongan las cosas en su sitio y den la verdadera dimensión de los personajes. El siglo XX español no es para que estemos muy orgullosos. Cuanto antes dejemos de utilizarlo para darnos mandobles, mejor. Aunque no tiene pinta.

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