LA ciudad sin playa donde más ha aumentado el turismo veraniego de españoles es Madrid. No son datos de usuarios de la T4, sino de paseantes por la Puerta de Sol o la Puerta de Alcalá, mírala, mírala. Podemos garantizar que no es por peregrinación de madridistas al Bernabeu en el Año Santo de Cristiano. El empobrecimiento de los españoles rebaja el barniz parisino o londinense y restaura la pátina de viajero a la capital. Como seguimos cuesta abajo y continuará la reducción de viajes al extranjero para muchos ciudadanos que habían accedido a ese estatus, el turismo de interior como opción de escapadas breves subirá enteros. Y Sevilla sigue desnortada y a la luna de Valencia.

Madrid cada vez tiene más llegadas de AVE y más provincias ligadas por autopista. Ese es el contexto de competencia en el que Sevilla sigue despreciando la temporada veraniega y pierde pernoctaciones aunque se bajen las tarifas hoteleras. Entoldar media ciudad y mostrarla en los telediarios nacionales con la singularidad de la ciudad de la sombra más hermosa, cuesta mucho menos que techar el Auditorio de la Cartuja. Pero, ahora que está de moda la palabra multiusos para vender el Bermejales Arena, cuánto partido deja de sacársele cada noche de verano al Auditorio, sin necesidad de techumbre, por no estar en manos de verdaderos empresarios del show business.

Tenemos en lontananza el otoño de los puentes y la s semanas navideñas, cuando el clima está de nuestra parte. Está bien la oferta de siesta en los hoteles. Pero la que no se levanta de la siesta es la propia Sevilla. Faltan buenas ideas, sustentadas en proyectos rigurosos (y no el humo que se vende en ruedas de prensa para aparentar dinamismo ante la opinión pública), y faltan inversores nativos o foráneos para abrir los activos seculares y poner en pie nuevas iniciativas que superen el síndrome del más de lo mismo y estimulen el deseo de retornar por el cúmulo de opciones ociosas de mañana, de tarde y de noche. Ahora no es así.