CON el zoom encendido, la ausencia de democracia directa implica, por ejemplo, que todo un vecindario como la Alameda de Hércules tiemble ante la posibilidad de que el alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido, logre sacar adelante un proyecto de macroaparcamiento en pleno bulevar. El impacto sobre los ciudadanos empadronados y contribuyentes sería infinitamente superior al supuesto beneficio que la obra generaría al resto de la población. Pero la voz más afectada es también la más débil, la que menos cuenta en una cadena de decisiones que afortunadamente no acaba en la Alcaldía sino en la Junta. Con el zoom apagado, el Gobierno español aplica básicamente las recetas anticrisis que le prescriben Bruselas y Alemania, el cuasi germano BCE y el ala derecha del pensamiento económico mundial. Por eso suben el IVA o el IRPF, por eso es más barato despedir, por eso la banca es el único sector que puede reconstruirse sin pagar por sus excesos.

Los políticos temen la democracia directa porque mermaría su poder y su ego. No entienden que, a diferencia de lo habitual ahora, su responsabilidad ante los errores se diluiría, aunque de hecho los errores apenas impliquen en España condenas o destierros. La democracia directa encierra otras ventajas, y Suiza es el espejo mágico: cuatro domingos al año, los ciudadanos votan los proyectos de ley, las consultas, las decisiones impopulares que aquí se avalan a golpe de decreto. Las listas son abiertas. No hay sueldos sino dietas, de manera que un político jamás puede dedicarse sólo a la política; necesita un trabajo, y el trabajo es dinero, y el dinero (a veces) diluye o refrena la ambición.

España pide a gritos algo parecido a Beppe Grillo, al que se acusa de populista (como si nuestros líderes no lo fueran) e incluso de neofascista (como si aquí el neofascismo tampoco existiera), olvidando lo que su Movimiento 5 Estrellas ha logrado en Sicilia o el tejido humano que conforma sus fuerzas en el Senado y la Cámara de Diputados tras las sorprendentes elecciones italianas del 24-25 de febrero. En el M5S abundan la juventud, los profesionales no alineados, los activistas, una suerte de conciencia social renovada que tacha la palabra poder y la sustituye por servicio público y honrado.

Grillo era sólo el orador, el actor si quieren, la ventosa que atrae a los inconformistas. Independientemente de lo que haga para favorecer o destruir desde ya el sistema en Italia, ha creado una ola de esperanza, una tercera vía real. Quien intente emularle será al principio un Benedetto Croce a la española, un enano a contracorriente, rodeado por los espías de la partitocracia, desprestigiado por los analistas áulicos y los escépticos, aprisionado y alimentado en las cuatro paredes de su apartamento forrado de ideas de regeneración. Es imposible pretender que un partido apolítico sea como las hidras o los ciempiés. No, mejor una o pocas cabezas y un par o pocos pares de pies para absorber el inmenso descontento que también en este país hermano envenena el aire.

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