Alto y claro

josé Antonio / carrizosa

El último error

PEPE Griñán sale de la Junta de Andalucía con su nombre unido inexorablemente, y ya para siempre, a un escándalo de corrupción. Es una de esas injusticias que se producen con frecuencia en la vida política, en la que las apariencias y su proyección en la opinión pública cuentan muchas veces más que los hechos. Pero es una injusticia que el propio Griñán se ha trabajado a conciencia haciendo las cosas de la peor manera posible para él y para el Gobierno andaluz. La espantada y la forma de gestionarla han sido un ejemplo de cómo enmarronarse a sí mismo y enmarronar a su sucesora, de forma que, por mucho que Susana Díaz intente marcar distancias con el caso de los ERE, su sombra se va a seguir proyectando durante mucho tiempo sobre el Gobierno andaluz. Estaba claro casi desde el principio que Griñán no iba a pasar a la historia de la Junta de Andalucía como un presidente eficaz ni como un presidente carismático. Su paupérrimo balance de gestión en el escenario dantesco de la crisis y su imagen altanera y despegada de la gente hasta el último momento así lo corroboran. Pero sí debería haber salido de San Telmo con su imagen de honestidad personal y política incólume -porque nadie que lo conozca puede cuestionar su honradez- y se va como un presidente al que una contumaz juez que investiga un pufo de extraordinarias dimensiones ha puesto en fuga. Lamentable para el propio Griñán, que no se merecía este final para una larga carrera política que hasta el año 2004 estuvo marcada por la discreción y la eficacia y en la que a partir de ese año, tras sustituir a Chaves y sobrevenirle una especie de complejo napoleónico, empezó a cometer error tras error. Propios y extraños sólo le reconocen el gran acierto de lograr que el PSOE andaluz escapara al desastre socialista de 2011 y mantuviera el fuelle suficiente para lograr mantenerse en el Gobierno unos meses después con el apoyo de Izquierda Unida. Pobre balance

Mal está lo que mal acaba. El mandato de Griñán termina de la peor forma posible. El de Susana Díaz arranca marcado por el fracaso que supone la renuncia del hasta ahora presidente y por un proceso de sucesión que se ha parecido demasiado a una maniobra palaciega sacada de los libros de historia. A Susana, sobre la que descarga desde hace meses un chaparrón de dardos groseramente descalificatorios que ya produce vergüenza ajena, le queda todo por demostrar. Y se va a tener que emplear a fondo para marcar distancias con el Gobierno del que ha sido de facto una especie de vicepresidenta. No vale hablar sólo de relevo generacional ni de otros lugares comunes a los que tan aficionados son los voceros socialistas. En Andalucía hacen falta hechos y, además, hacen falta ya. La nueva presidenta va a tener que demostrar en muy poco tiempo tanta inteligencia como firmeza. Griñán no se lo podría haber puesto más difícil. Ha sido su último error.

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