Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

El último tren

El PSOE dejó de ser el partido que más se parecía a España y el referente político de unas amplias clases medias

De las primarias socialistas de hoy va a salir un partido roto. Pase lo que pase, el nuevo secretario general va a tener muy difícil recomponer una tela que tiene desgarrones por cualquier sitio que se la quiera mirar. La costurera, o el costurero, lo va a tener francamente mal. Los males del PSOE no tienen su origen en la batalla fratricida entre Susana y Pedro. Este duelo es sólo su última consecuencia y, aunque lo sitúa al borde del abismo, las culpas vienen de lejos. Por eso va ser tan difícil ponerle remedio. El origen hay que buscarlo en los errores que cometió Zapatero cuando la crisis económica de 2008 empezó a asomar sus garras. Entonces el país comenzó a cambiar y los socialistas sumidos en sus propias batallas internas y en sus luchas de poder no se enteraron. A partir de ahí todo fue de mal en peor. Perdieron la conexión con la parte -importante en calidad y cantidad- de la sociedad que había confiado en ellos durante muchos años. Pedro Sánchez ha sido sólo el último disparate, por mediocre y por haberlo puesto todo al servicio de sus intereses particulares. Ha demostrado una ambición insana. Susana Díaz no sólo fue colaboradora necesaria, sino protagonista de ese proceso. Se equivocó y puede que hoy pague un alto precio por ello.

El PSOE dejó de ser el partido que más se parecía a España, el referente político de unas amplias clases medias alejadas de cualquier aventurerismo radical, pero que confiaba en el papel garantista de lo público para asegurar el nivel de vida de los ciudadanos: lo que toda la vida se ha llamado socialdemocracia. El mensaje de progresismo de salón de Sánchez, como antes el buenismo tontorrón de Zapatero, dio alas a un PP que pagaba un precio muy bajo por la ruptura del bipartidismo. El que se hundía era el PSOE, mientras que sus militantes se acercaban cada vez más a Podemos y se alejaban de la moderación que había hecho grande al partido. Pero además se producía un fenómeno al menos igual de peligroso: los socialistas del norte, de la España rica, y los del sur, los de la España pobre, empezaban a hablar lenguajes diferentes y a tener prioridades que no eran las mismas.

Así se llega a las primarias de hoy. Con el legado del partido que construyó Felipe González y que ha gobernado España durante más de veinte años en riesgo evidente de perderse. Sumido en una contienda en la que, aunque pudiera parecer imposible, el líder que los ha llevado de derrota en derrota y que ha destrozado el proyecto político, tiene posibilidades reales de ganar. Con una militancia a la que parece no importatle haber pasado a la irrelevancia más absoluta en Madrid, ser una fuerza testimonial en Cataluña, no contar para nada en el País Vasco, estar desaparecido en Galicia o no tener aspiración alguna en Castilla y León. Una militancia que al mismo tiempo considera que el enemigo interno a batir es el que a duras penas a conseguido mantener poder institucional y liderazgo social en Andalucía, Extremadura o Castilla-La Mancha.

Si alguien entiende qué es lo que está pasando en el PSOE, que lo explique. Lo cierto es que hoy tiene quizás su última oportunidad. Esa oportunidad se llama Susana Díaz, aunque su triunfo no garantizaría nada. Los rotos y los desgarrones son muchos y profundos. Los partidos socialdemócratas están en crisis en toda Europa porque no son capaces de adaptarse a nuevos tiempos y nuevos lenguajes. Pero el espacio existe porque ni la derecha que en España representa el PP ni la izquierda de postureo que es Podemos dan las respuestas que se necesitan. ¿Cogerán los socialistas el último tren?

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