Veintiocho partidos alcanza ya Osasuna sin perder en casa y de ellos hay abundancia de empates, pero ayer debió sumar los tres puntos ante un Betis timorato y sin saberse a qué juega. Da la impresión de que el equipo continúa con los mismos defectos de antes, pero ninguna de las virtudes que le llevaron a encandilar con frecuencia. En El Sadar no se vio nunca a ese equipo que dicen que pretende instalarse en Europa, sino a algo muy diferente.
Al descanso puede ir perdiendo el Betis, lo que no ocurre por dos grandes intervenciones de Joel Robles ante Adrián y Ávila. Es un Betis que no sabe a qué juega, pues da la impresión de que conserva los defectos de cuando era Setién el manijero, pero ninguna de las virtudes que exhibió en los dos años del cántabro. Sin embargo, Fekir y Juanmi cuentan con sendas oportunidades que no son rentabilizadas. Ocurre que Osasuna, por intensidad, puede ir ganando a los puntos.
El equipo navarro va a cada pelota como si en su disputa le fuese la impermeabilización de sus fronteras y se comprende por qué llevaba veintisiete pleitos caseros sin perder ninguno. Una tropa con sus limitaciones, pero que se basa en el orden y en la intensidad para vender a buen precio su pellejo. En la continuación, más de lo mismo pero aún peor, mucho peor, pues las estancias béticas en campo rival van a contarse con los dedos de una mano para que sobren varios dedos.
Fue la imagen bética ciertamente lamentable y con futbolistas en inquietante estado anímico-futbolístico. Menos mal que la madera impidió un gol navarro y ni siquiera los tres cambios lograron cohesionar líneas ni darle sentido a lo que ideaba. Y en un rodeo como el pamplonica, lo peor es que lo mejor fue el resultado. Un empate que no aporta mucho, pero que es lo único que medio vale la pena de cuanto el timorato equipo de Rubi recitó anoche en Pamplona.
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