EXCEPTUANDO algún error craso como el de un fondo de Catedral de Cádiz cuando aún faltaba un par de siglos para su construcción o más de una interpretación histórica poco fiable, la serie Isabel nos ha reconciliado con la televisión. En un tiempo rico en basuras más o menos orgánicas, cuando se siguen succionando las ubres de las más abyectas miserias humanas, Isabel ha sido un soplo de aire limpio. También fue un oasis donde recuperarse de esa ciénaga que tan buenos dividendos debe darles a los Vasile y la compaña. No sé cuánto habrá reportado y seguirá reportando la pasión y prisión de Isabel Pantoja con el coro de una jauría inhumana que parece que no rompió un plato en sus vidas de vajillas destrozadas. Por eso no nos queda otra opción que piropear la serie biográfica de la Reina Católica en el ferviente deseo de que no nos dure mucho la añoranza.